PEQUEÑO VIAJE A LAS TIERRAS DEL INCA
Capítulo dos: Lago Titicaca, Copacabana (Bolivia),
seis de febrero, miércoles
VI
Hay momentos importantes en las relaciones interpersonales, sociales o como queramos definirlas, y es cuando alguien creé en algo e intenta hacerte partícipe entusiásticamente de sus creencias, o de lo que él considera bello, o de sus valores vivenciales, con un sentido que va más allá de lo objetivo, de lo racional. Esos momentos siempre los considero como un homenaje que alguien me hace generosamente. Me sentí honrado y agradecido por el entusiasmo e interés de Reinaldo en hacernos partícipes de su vida.
Nos volvieron a llevar al barco las maletas en carretilla. Esta vez el viaje lo hicimos sobre la cubierta, en el techo, en unos bancos corridos con una barandilla que cerraba el perímetro. Había amanecido un día soleado y la idea de volver sobre la cubierta superior del pequeño crucero, contemplando el lago y las montañas lejanas y fotografiando, me excitó sobremanera. Poco después de partir fotografié a Naty y pedí a Reinaldo que me permitiera retratarle. Accedió con gusto. Me comprometí a remitirle la fotografía por WhatsApp. A lo largo de algo más de una hora que tardamos en recorrer los veinte kilómetros, con una parada hacia la mitad para visitar un pequeño templo inca pegado a la orilla, la luz cambió constantemente, de tal modo que, hacia el final del crucero, el sol se había velado por unas nubes grises, espesas, que crearon unos reflejos negros en el agua. Fotografié con ganas los sutiles matices de gris de las nubes, los reflejos en el agua con la línea del horizonte en el centro del fotograma. En todo momento pensé que esas fotografías, engañosamente planas que no lo eran en absoluto por la rica y amplia gama de grises sutiles que contenían, me permitirían componer un mosaico con copias grandes. Me sentía entusiasmado con la travesía y las fotografías que yo creía que estaba consiguiendo (pero no, no era así). En el último tercio de la travesía un prodigioso y gran árbol solitario se mantenía sobre un minúsculo escollo aparentemente de piedra. Naturalmente fotografíe, conseguí un encuadre adecuado y sugerente por la escala y proporción que mantenía el árbol en relación con el agua, el cielo y el horizonte y, sobre todo, la luz que impregnaba la imagen (no existe, fue una de las malogradas). La travesía no pudo ser más excitante…
COROLARIO: Lo que me ocurrió, o más bien lo que ocurrió en mi cámara grande, armada con el zoom, es que la tarde anterior había fotografiado con el trípode y disparador de cable. El dichoso objetivo, una vez que quitas el cable que permite fotografiar con el espejo levantado, vuelve, automáticamente, a su posición de reposo y obtura solo con pulsar el disparador. Bien, por una caprichosa avería en el mecanismo en el que actúa el cable, el obturador se quedó bloqueado y las fotografías no se realizaban, a pesar de que el espejo se levantara y el sonido de la cámara en el momento de hacer la toma fuera el correcto. Sabía de ese problema pero me sentía tan excitado fotográficamente que me olvidé de verificarlo. Esa mañana y la siguiente no conseguí hacer ninguna fotografía con esa cámara y objetivo. Una catástrofe que todavía me duele.