PEQUEÑO VIAJE A LAS TIERRAS DEL INCA
Capítulo tres: La Paz (Bolivia), siete de febrero, jueves
VIII
“Lo que demuestran los cementerios, al menos a las personas como yo, no es que los muertos estén presentes, sino que ya se han ido. Ellos se han ido y nosotros, por el momento, aquí estamos. Esto es fundamental y, por inaceptable que resulte, muy fácil de entender”. Philip Roth
Bajamos en la terminal de la línea roja del teleférico e ingresamos (término boliviano sinónimo de entrar en algún sitio) en el cementerio. Brillaba el sol y algunas nubes matizaban fotográficamente los tonos medios que se me antojaban, en ese escenario tan especial, misteriosamente evocadores. Nada más entrar me di cuenta de que allí podía haber decenas de fotos, o quizá centenas, interesantes todas, a pesar del riesgo de repetición. Comencé a fotografiar presa de una gran excitación. Llevaba montado el zoom (aciaga decisión). Recorrimos los pasillos entre los módulos de nichos. Fotografiaba incesantemente. Todo me llamaba la atención, tanto los nichos abandonados, como los primorosamente cuidados, con objetos, leyendas o fotografías que aludían a la vida del difunto y lo mucho que era recordado por sus familiares. También murales graffiteados en las paredes laterales de los bloques de nichos que aludían a la muerte, la religión, o a cierta mitología de raíz contracultural. Una inesperada fiesta fotográfica de homenaje a la muerte…
COROLARIO: Me sentía exultante y plenamente satisfecho con la decisión que habíamos tomado. La clave no solo estaba en los motivos, sino en la luz, sobre todo la luz de esa mañana en el cementerio central de La Paz.