PEQUEÑO VIAJE A LAS TIERRAS DEL INCA
Capítulo cinco: Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Avaroa (Bolivia)
diez de febrero, lunes
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“Viajar conduce inexorablemente hacia la propia subjetividad. Ya sea esta parcelada, fragmentada, esparcida o compacta, en bloque, uno acaba siempre por encontrarse frente a sí mismo, como ante un espejo que nos invita a hacer balance de nuestro trayecto socrático: ¿qué he aprendido sobre mí? ¿Qué puedo saber con mayor seguridad que antes de mi partida? Los filósofos de la Antigüedad griega conocían la función formativa del desplazamiento”. Michel Onfray
A diferencia del día anterior, en el que nos cruzamos con bastantes vehículos por el parque, hoy no aparecía ninguno. Casi dos horas después de que se marchara Alberto, divisamos un todo terreno rojo que ascendía penosamente por la pendiente hacia donde nos encontrábamos. Se detuvo junto a nosotros. Detrás venía Alberto, delante un hombre maduro con sombrero y muletas y uno joven que conducía. Nos informó que seguiríamos viaje con ellos porque él se quedaría arreglando el coche, lo que le llevaría todo el día. Nos presentó: el hombre joven se llamaba Ibrahim y el mayor Abraham. Trasvasamos nuestras maletas al montón de chatarra en el que habían llegado, con más de veinte años, seguro. Rellenaron el depósito de gasolina con unos bidones que llevaba Alberto en la baca y, a las doce, aproximadamente, iniciamos la marcha…
COROLARIO: Enseguida confirmé mis sospechas: el todo terreno en el que íbamos era un cacharro renqueante y lentísimo que producía un ruido infernal al avanzar. En uno de los lados, en la parte trasera, habían repuesto los cristales con plásticos. No parecía la mejor opción para hacer una travesía de trescientos cincuenta kilómetros por endemoniadas pistas desérticas.