A VUELTAS CON LAS COSAS DE LA CIUDAD (prefacio). Una sola vez al año paseo por mi ciudad, tan solo un par de horas: cuando, también una vez al año, llevo mi “furgo” a limpiar. Cada vez es peor. Este año he sufrido. Me siento completamente ajeno a una ciudad en la que, si bien nunca me integré, sí la sentía como propia. El año pasado hice esta misma operación el veintiuno de junio, si bien no lo conté en este diario hasta el veintinueve de agosto, a lo largo de tres días. Lo he leído. Además de hablar de la escultura urbana de Cristina Iglesias (que fotografié y que este año no habría podido porque estaba averiada), y de algunas generalidades sobre lo alejado que me sentía de este escenario que ocuparé nada menos que toda mi vida, expresé la determinación de no volver hasta un año después y sí, he vuelto tan solo dos días antes de que se cumpliera el año. En cuanto a las sensaciones, cada año son más hirientes. Puedo sentirme ajeno a ciudades y gentes pero, tratándose de la ciudad donde nací y donde vivo, es sencillamente insoportable; qué malestar, qué dolor al pasar frente a lugares que frecuenté: la puerta de la casa de mi madre, el colegio al que asistí, el edificio donde trabajé durante años, los bares a los que iba (ya no existe ninguno) o calles que fotografié; y así hasta el infinito. Cada metro cuadrado tiene un recuerdo nítido o difuso y todos duelen. La ciudad estaba preparando la fiesta mayor, la de la magna procesión anual. Es un tinglado religioso que sirve para exhibir vanidosas dignidades e íntimas certidumbres. No hay misterio, ni alegría, ni espíritu festivo que yo pueda percibir. Tampoco espiritualidad, aunque los engolados protagonistas se esfuercen en aparentarlo: no hay nada de nada que merezca la pena señalar, solo fatuos gestos envarados que solo son la más tenebrosa expresión del vacío. He fotografiado mucho, desde hace muchos años, ese tonto y banal acontecimiento, infortunadamente, porque mis cientos de fotografías del evento no valen una mierda. Ingenuamente pensaba que, por el mero hecho de fotografiar de un modo naturalista, la absurda y extravagante puesta en escena, por sí sola, alcanzaría una improbable artisticidad. Era mentira. Lo estúpido carece de condiciones artísticas, solo es idiota (como yo). Creo que, si no fuera por mi casa, en la que vivo en perfecta sintonía con mi habitual estado de ánimo, y porque tengo cerca un campo estepario en el que me siento en mi elemento natural, me marcharía para no volver nunca…
20 AGOSTO 2019
© 1981 pepe fuentes