VEINTE DE JUNIO: a vueltas con las cosas de la ciudad I. Por la mañana, muy temprano, salimos Naty y yo hacia el aeropuerto a recoger a Jackie, Lucía y Emma que llegaban a España a pasar casi un mes de vacaciones (Gabriel llegaría una semana después); las tres, cariñosas y próximas a pesar de que nos vemos una vez al año. Todo está bien en la familia Fuentes, de Chicago. Luego, Naty y yo, nos acercamos a dar una vuelta, corta y circunstancial, por la ciudad. Era el día de la procesión del Corpus pero no teníamos ninguna intención de verla y fotografiar, como tantas veces. Lo que nos encontramos era más de lo mismo: repetición hasta la náusea. Como decía Melvin Kentuki, personaje de la última obra de La Zaranda (El desguace de las musas), muy seriamente: ¿Qué elegimos, lo viejo o lo de siempre? En este caso, la procesión y la multitud de ciudadanos que hormiguea por las calles, eligen las dos cosas, unido a otras muchas que representan el más alienado costumbrismo. La principal seña, alma y valor de esa alcanforada estética es que es eterna: año tras año, siglo tras siglo, y así hasta que acabe con cientos de generaciones y hasta con el tiempo mismo. Apenas soportamos una ida y vuelta entre el gentío, con traje de domingo, que vitoreaba al ejército y a la guardia civil en el recorrido de su desfile entre Zocodover y la Catedral. Abandonamos el campo porque, en realidad, nuestro propósito no era mezclarnos con los efluvios de una masiva y generalizada fe en lo inexplicable, o más bien imposible. Nuestra visita al centro fue por otra causa que contaré mañana…
21 AGOSTO 2019
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