DIECINUEVE DE OCTUBRE… ÉRASE UN PAÍS LLAMADO ESPAÑA POSTRADO DE RODILLAS ANTE SUS ENEMIGOS (ELLOS): lo de la sentencia judicial del catorce de octubre, que ha condenado a los rebeldes a penas medrosas e indulgentes, solo ha sido un pretexto, una anécdota casi trivial, banal, que ha provocado el estallido de los más vívidos sentimientos de odio y aversión de un pueblo (ellos) contra otro pueblo (nosotros). Bien, cuando escribo esto llevamos seis días de la más arrebatada expresión de violencia contra nosotros que soportamos indignamente, como los derrotados que somos. Aguantamos, sumisa y pasivamente, una agresividad rayana en la confrontación bélica. Dado que el odio y la ruptura ya son irreversibles, porque ellos y nosotros nos odiaremos de por vida durante generaciones, solo quedan dos posibles soluciones, una: rendirnos y permitirles que salgan de la nación española (dentro de unos años el desgarro estaría asumido y olvidado), y dos: vencerlos militarmente, como siempre ha sido a lo largo de la historia de la humanidad, hasta ayer mismo; cuando dos pueblos se han odiado, irremisiblemente han entrado en guerra y han ganado los mejores o los más fuertes (y no pasa nada por ello, siempre ha sido así y la humanidad todavía permanece sobre la faz de la tierra). De ambas opciones, y dado que ya no es momento de sangrientas, ridículas e inútiles guerras, yo me inclino por la primera (no soporto a esas gentes, solo me apetecería destruirlos) para que esto acabe de una puta vez y podamos olvidarnos de ellos para siempre. Esgrimen una insensatez dialéctica tan solo alimentada por una visceralidad primaria que pretende convertir lo blanco en negro, la verdad en mentira, lo positivo en negativo y así ad infinitum. Insoportable e irritante situación. Inadmisible desde presupuestos básicamente racionales (ellos han descendido a la noche de los tiempos). Los españoles no nos merecemos una afrenta diaria, que nos escupan y agredan a todas horas, todos los días y durante años y años, y así hasta el final de los tiempos. Y, por supuesto, esa vía de “diálogo” por la que abogan los políticos pusilánimes y prevaricadores (nos engañan) es una falacia y una aberrante e interesada mentira. Si una de las partes juega a victoria o muerte, es imposible el diálogo. No merece la pena, hemos llegado a la dicotomía del olvido (de ellos) o destrucción (también de ellos), no hay término medio. Pero, por favor, que en manos de quien esté, que acabe de una puñetera vez con esta tediosa e ignominiosa situación.
20 OCTUBRE 2019
© pepe fuentes