VIAJE A MÉXICO, Julio 2019
México DF:
sábado trece, por la tarde.
Nos acercamos, una vez más, al Zócalo, referencia obligada de mexicanos y visitantes.
Al parecer, no sabíamos ir a otro sitio.
Bordeamos el Palacio Nacional casi por completo hasta que dimos con la entrada.
Nos colocamos en la cola, en la que no había demasiada gente.
En México, casi continuamente, surgen detalles propios y a veces incomprensibles, por ejemplo, para entrar (gratis) había que dejar un documento de identidad (solo de un miembro del grupo) que te devolvían a la salida (no supimos con qué fin) y, a cambio, te facilitaban una especie de credencial (Naty llevaba la credencial, yo no); no se podía entrar con gafas (tampoco supimos por qué), Naty alegó que las necesitaba para ver y entonces permitieron, a regañadientes, que las pasara. Tampoco podías llevar mochilas, objetos punzantes y algunos otros. La prohibición, en algunos casos, era lógica (las mochilas) en otros no lo era en absoluto (las gafas).
No registraban y el escáner no funcionaba; tampoco se responsabilizaban de los objetos que les entregabas.
Eso sí, en el interior, en el jardín, además de algunas estimables esculturas, había profusión de carteles que informaban de que no deberíamos dar de comer a los gatos del recinto para no desequilibrar su cuidada dieta alimenticia. Cosas mexicanas, parecía.