VIAJE A MÉXICO, Julio 2019
México DF:
sábado trece, por la tarde. Un poco de bronca amenizó nuestras impecables maneras turísticas
Desde el Zócalo entrábamos y salíamos en los sitios y volvíamos a la gran plaza. Una monomanía durante toda nuestra estancia en DF.
Después de la Catedral, decidimos subir a una de las terrazas bar que hay en edificios al otro lado del Zócalo, en el opuesto al Palacio Nacional. Estaba abarrotada.
Conseguimos, después de un considerable tiempo de espera, una mesa alta en primera línea, con vistas a la plaza; el inconveniente era que, debajo del antepecho de la terraza, había un tejado metálico que limitaba la vista e impedía hacer alguna fotografía decente del Zócalo.
No obstante, estuvimos cómodos contemplando cómo la tarde y el cielo se cargaban de nubes amenazantes. Había una bonita luz de atardecer.
En todo momento nos había atendido una chica joven muy solícita y atenta que venía a nuestra mesa regularmente para preguntarnos si todo iba bien.
El problema llegó a la hora de pagar. Sacó un papelito arrugado escrito a mano con lo que habíamos tomado: una cerveza caliente, una especie de trilogía llamada bandera, consistente en un chupito de un mejunje de sabor vomitivo e indigerible, otro de zumo de limón muy fuerte y otro de tequila; como colofón glorioso, también dos chupitos de mezcal.
Nos pidió más de setecientos pesos.
Nos quedamos boquiabiertos y preguntamos qué habíamos roto y que nos explicará la cuenta o que nos llevará la lista de precios.
El buen rollo que habíamos tenido con la muchacha se tornó en tensión y rigidez belicosa.
Naty tomó el mando de las operaciones y entró en batalla.
La chica, un poco azorada, explicó que teníamos varios sobreprecios: el lugar que ocupábamos en la terraza, no haber consumido alimentos y la supuesta calidad de las bebidas, que naturalmente no era tal…