EL HIJO DEL FERRROVIARIO, o cómo todo termina colocándose en su sitio V
Finalmente, en la esquina con el paseo, una droguería, de los padres de la familia numerosa. Enfrente, la estación de ferrocarril, tan importante para mí en los dos o tres años en los que fui niño en ese barrio (hasta los trece) porque en el patio delantero jugábamos al fútbol y en el interior, sobre todo en invierno y especialmente los domingos, después de que saliera el último tren hacia Madrid, a las siete menos diez de la tarde, la estación quedaba desierta y podíamos jugar a lo que se nos ocurriera. Jamás, El hijo del ferroviario se hizo presente en esos juegos, a pesar de vivir a escasos cien metros. La razón, casi seguro, porque era un rato mayor que los que solo nos dedicábamos a jugar (él tenía que construir el brillante porvenir que le aguardaba)…