EL HIJO DEL FERRROVIARIO, o cómo todo termina colocándose en su sitio VI
Ahora están derribando toda la manzana. Cuando sobre ese solar haya otro edificio y otras gentes ya nada quedará de cómo era el mapa del lugar y sus habitantes hace sesenta o setenta años. El pasado domingo por la noche, dediqué unos minutos a buscar en Google algunos de los nombres que recordaba de los niños que vivimos en el barrio en aquellos años. No aparecía nadie con datos o biografías relevantes, ni la niña que yo perseguía en secreto, ni otros con los que me relacioné. Nadie habíamos llegado a nada en más de cincuenta años. Tiempo hemos tenido, sin embargo, nada de nada, no hay rastros significativos de nuestra presencia en el mundo. Pero, cuando introduje los datos de El hijo del ferroviario (me acordaba de su nombre y apellido, como no podía ser de otro modo), la pantalla irradió los fulgores propios del éxito, como estaba seguro que ocurriría, del que yo consideraba entonces como un niño que se encontraba en otro mundo, más selectivo y selecto, naturalmente en los primeritos pupitres de todos los colegios a los que fue en su vida, de concurso vamos, inalcanzable para los que estábamos destinados a vivir en las últimas filas de allá dónde nos encontráramos…