EL HIJO DEL FERRROVIARIO, o cómo todo termina colocándose en su sitio VII
Pues sí: aquel chico que no habitaba en la misma realidad de los demás, y que tampoco se dignó nunca en fijarse en sus vecinos, había llegado a General de Brigada del Ejército Español, nada menos. Leí varios artículos periodísticos con motivo de su jubilación en los que se resaltaba la brillantez de su carrera militar (como profesor castrense y otras lindezas guerreras) y deportiva (también había hecho deporte con éxito). Entonces todo cuadró, todo tenía sentido. ¿Cómo coño iba a relacionarse con vulgares chavales de la calle, pardillos y de escasas luces? De ningún modo, por supuesto. Él estaba destinado a dar decenas de miles de órdenes a lo largo de su vida y a ser obedecido en todas (me pregunto en qué estado de omnipotencia viven seres así a lo largo de su vida, y cómo se sentirán luego, cuando ya no manden, como probablemente le pasará a El hijo del ferroviario). Es curioso que ya desde la infancia se pueda presentir dónde se encuentra el destino propio y qué debemos hacer para ir cubriendo etapas hasta llegar al lugar que nos es propio. El hijo del ferroviario ya entonces sabía con quién no debía perder el tiempo, por más cerca que estuviéramos. Aunque tanta lucidez asombre, quizá no sea tan prodigiosa, porque yo, por ejemplo, con diez años y menos, ya sabía que no llegaría a nada y que podía relacionarme con quien fuera, que no hacía falta que ganara tiempo a las circunstancias. Todo esto me lleva a pensar que nuestro destino está escrito, probablemente, antes de nacer, porque en el embrión nonato ya tenemos la dosis de inteligencia y carácter adjudicada; luego el tiempo y el espacio, solo son los elementos circunstanciales en los que representamos la vida que nos ha tocado. Este caso que guardo en mi memoria por haber ocurrido en un tiempo y circunstancias próximas a mi vida (de entonces, porque a ese superdotado no le volví a ver nunca), me hace preguntarme: ¿en caso de que yo hubiera poseído la clarividencia de El hijo del ferroviario, me habría relacionado con los otros críos del barrio, o no? No sé qué contestarme, porque a lo peor resulta que tampoco, que habría hecho lo mismo que él y eso no me deja cómodo, pero claro, yo he sido otro. Lo fácil sería decir que no, que habría sido un niño normalito y atento a la gente de mi condición y circunstancia, pero eso no lo puedo afirmar categóricamente. La verdad es que no lo sé. Lo que ahora entiendo, aunque no sé si con razón o sin ella, es que desde muy pequeños activamos una especie de instinto que hace que busquemos a los nuestros, los que nos son propios o propicios (yo, en aquellos años, buscaba a niños tan incompetentes como yo, como luego todos nos hemos encargado de demostrar con ahínco). Puede que todo tenga sentido en el sinsentido que es vivir la dichosa vida que nos ha endosado el destino sin darnos cuenta. Fin del cuentecito sobre el sino y los avatares.