DIGRESION UNA (2). Salvajes de una nueva época, de Carlos Granés. Inesperada y perturbadoramente, me he sentido aludido de un modo preciso e insoslayable por un fragmento de este libro. Practico opciones vivenciales rayanas en un nihilismo confortable (imposible, por otra parte) que han ido apoderándose de mí como reacción a una impotencia interiorizada y automatizada. Nada nuevo por otra parte, porque siempre han existido como telón de fondo de mi modo de estar. Granés pone palabras precisas a lo que yo confirmo encenagándome en mis hechos cotidianos, que elaboro como una especie de salmodia fatídica e impotente (ya no me sale hacer otra cosa) y que podría denominar como mis fáciles e ineludibles inercias cotidianas: “…Se hacen cosas raras, secuencias caprichosas, gestos incomprensibles, y se justifica luego con un pastiche de citas, referencias extemporáneas o jerga posmoderna: todo muy complejo, todo muy sesudo, todo muy banal. Estancados en el presente, ingerimos lo que nos pongan en la mesa. Ante este dilema, también se ha popularizado una suerte de respuesta escéptica: no hay esperanza, es inútil tratar de conectar con alguien en un terreno neutral. Ni la religión, ni la política, ni la ética, ni la estética, nos ofrecen metas comunes o una noción de proyecto. No hay razón, por lo tanto, para salir de uno mismo. La obra que haga se concentrará en mi yo, en mis vivencias, en mis glorias o en mis miserias. Será autoficción literaria o recuerdo personal convertido en imagen plástica. Tan difuso es ese espacio compartido que el único punto de referencia seguro soy yo, lo que siento y lo que pienso, más allá de lo cual solo hay indiferencia o indeterminación. Si no hay futuro, que al menos haya pasado. Mi propio pasado”.
Nada más puedo añadir: aquí está en lo que consiste mi vida ahora, especialmente en la edad del irredimible tormento, donde ya nada es compartible.
2 MARZO 2020
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