VIAJE A MÉXICO, Julio 2019
Oaxaca:
jueves, dieciocho, por la mañana
Dejamos la habitación y guardamos el equipaje en el hotel (teníamos que irnos a la caída de la tarde).
Nos recogió el mismo muchacho del día anterior. No llevamos guía, solo conductor (mejor).
Primero fuimos a los yacimientos arqueológicos de Monte Albán. Se trataba de una ciudad fundada hace dos mil quinientos años, más o menos. Grandes espacios diáfanos que fueron plazas y lugares de celebración y vida cotidiana. Alrededor, plataformas y escalinatas, seguramente restos de edificios de gobierno y templos.
Recorrimos el recinto muy despacio, fotografiando sin demasiadas ganas. El turisteo fotográfico es tan previsible e insustancial que siempre resulta decepcionante.
El paseo duró en torno a dos horas y media. A pesar de la belleza, armonía y proporcionalidad de los espacios, la contemplación se ahogó enseguida.
La pulcritud de los lugares turísticos, los dichosos centros de interpretación, cartelería y charlas de guías, sellan cualquier resquicio para imaginar el mundo que pudo desarrollarse allí; despojan a los sitios de sugestión y misterio a cambio de olvidables didactismos.
Después, nos dirigimos a un taller de cerámica hecha con tierra negra. La fundadora de ese tipo de cerámica fue una mujer nacida en 1900 que, por las fotografías y retratos a lápiz que tenían expuestos, parecía una creadora de gran personalidad y talento.
Compramos dos o tres piezas pequeñas. Nos costaron 450 pesos (22,5 €).
El conductor nos devolvió al hotel donde comimos en la terraza, al sol.
Llevábamos una semana de viaje. El tiempo había pasado fugaz y levemente, en un movimiento sobre nosotros que podría parecerse a la felicidad, aunque no sepa exactamente en qué consiste ese inaprensible estado.
Decididamente viajar es un placer único, especial, pleno; una experiencia incomparable a cualquier otra que se pueda vivir.
A las cuatro salimos a callejear sin rumbo fijo. Queríamos despedirnos de la ciudad que tanto nos había gustado. Había fiesta en la calle. Una comitiva de gentes y danzantes seguidos de una pequeña banda de chicos jóvenes que tocaban música festiva.
A las cinco y media la tormenta acudió a su cita diaria. Paseamos hasta el momento en que nos vimos obligados a protegernos de la lluvia.
Nos refugiamos en un bar de copas para hacer tiempo hasta que nos recogieran para llevarnos a la estación de autobuses.
A las siete y media vino Carlos, el muchacho de todos los días. Embarcamos en el autobús a las ocho, rumbo a Chiapa de Corzo. Fue una pena abandonar una ciudad de gran carácter, de una arquitectura singularísima, luminosa, bella, festiva, vital…