DIARIO DE ENVEJECIMIENTO SEIS, diecisiete de junio de dos mil veinte
Mi relación con el sueño, o para ser más preciso, con la cama (tan solo para dormir) está alterándose desde hace un tiempo, y no sé por qué. Cualquier experiencia humana importante pasa por lo físico, por el cuerpo, por la piel, por los sentidos. Sospecho que esas alteraciones tienen que ver con el dichoso envejecimiento. Dos o tres días a la semana me despierto a las cinco de la madrugada. Suele coincidir con que esté alterado por algún problema doméstico (ya que no salgo de casa, mi mundo es tan solo el doméstico), o porque la película que vi la noche anterior me desasosegara; por ejemplo, anoche vimos El nadador que me sacó un poco de mis casillas (mañana hablaré de ella). Otros días me desvelo porque sí, sin causa ni razón. Antes, esas alteraciones no me sucedían. He llevado una vida tranquila, sin zozobras o convulsiones existenciales, no he padecido especiales desarreglos físicos y tan solo me ha atormentado el paso del tiempo (aunque tampoco de un modo dramático), por lo que no he padecido de insomnio (dicen que vivir disgustado puede provocarte trastornos del sueño). No, no ha sido mi caso, aunque ahora el problemita está asomando la patita. Veremos. Insisto, me parece que el asunto responde a un síntoma de envejecimiento, porque esas anómalas vigilias las ocupo en recapitular fracasos, contrariedades, frustraciones e imposibles (lo que pudo ser y no fue). Menos mal que en lo demás mi cuerpo está funcionando bastante bien, y al fin y al cabo, como dije al empezar, casi todo se concreta en lo físico, en el cuerpo, en la piel, en los sentidos. Me parece. Otros dicen que es la salud lo más importante, que viene a ser lo mismo. Naty duerme algo mejor que yo, a mi lado, pero es que ella es más joven.
2 JULIO 2020
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