DIARIO DE REVELADO (digital) DOS, del veintiuno de Julio de dos mil veinte (martes)
Un mes después, una vez automatizadas ciertas rutinas e itinerarios sin mucho sentido (también había que manejar con soltura extensiones de archivos: jpg, png, raf, tif, raw; una intrincada selva para mí), me pareció que la cosa podía ser interesante. Es más, casi a la altura del tercer mes, asombrosamente, el nuevo modo de enfrentar el revelado de una fotografía me resulta excitante. Tanto, que estoy pasando de la mera y sencilla afición a la obsesión, que es el único modo de sostener seriamente una afición. Me siento bien zarandeado por imperativos y exigencias técnicas que además tienen que ver con lo que ya me gustaba mucho. Además, en modo -autodidacta- que es como me gusta explorar lo nuevo, eso sí con la tutela de Naty, pues sin ella nada de todo esto sería posible. El lado malo, es que la golosa, disfrutona y adictiva tarea en la que me he empeñado me impide hacer otras cosas, como fotografiar (llevo tres o cuatro meses sin hacerlo), o leer más y con mayor aprovechamiento, o salir a la búsqueda de escenarios fotográficos. En consecuencia, los contenidos del diario se resienten: no tengo nada que escribir porque solo vivo para los dichosos estilos y ajustes. Es curioso, o más bien dramático, o tan solo estúpido, el efecto de la creación del diario sobre mi quebradiza voluntad de vivir: si tengo preparados varios días (o mejor bastantes), me siento relajado y dominador; sin embargo, si veo el fondo del recipiente donde guardo las entradas, y además siento que los días vacíos se me echan encima con su ineludible y pernicioso aliento fétido en la nuca, me acomete la ansiedad. Los días sin foto ni texto son los lobos que me persiguen incansable y furiosamente, mordiéndome las pantorrillas mientras corro y corro espantado. Nunca deberán darme alcance porque, si lo hacen, me devorarán salvajemente. Y ahora los tengo peligrosamente cerca…
29 JULIO 2020
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