15 NOVIEMBRE 2020

© 2020 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2020
Localizacion
TV. Película El año de las luces, de Fernando Trueba
Soporte de imagen
DIGITAL 10000
Fecha de diario
2020-11-15
Referencia
9540

DIGRESIÓN UNA. El año de las luces. España (1986). Guion: Rafael Azcona y Fernando Trueba. Dirección: Fernando Trueba. Intérpretes: Jorge Sanz, Maribel Verdú, Verónica Forqué, Manuel Alexandre, Rafaela Aparicio, Santiago Ramos, Chus Lampreave, José Sazatornil, Violeta Cela, Diana Peñalver, Juan de Pablos, Pedro Reyes.
Teníamos la mejor disposición a la hora de elegir verla, y algo de fatiga en el momento del fundido en negro final. Es una película amable, de amoríos y subidones de estrógenos y testosteronas al calor de sanas y procaces adolescencias. Una historia sencilla, con el sello inconfundible de Azcona, aunque contenida. Espléndida ambientación (una de las razones por la que nos decidimos a ver la película), en la que queda patente las miserias de la represión franquista; eso sí, asombrosa y poco creíble la aparente calidad de vida de la que disfrutaban los críos internos en el sanatorio antituberculoso (parecían vivir en un país rico). Amigable y afectuosamente contada, con un personaje entrañable e ilustrado: el portero y hombre para todo (Manuel Alexandre). Una buena muestra de cine costumbrista, tierna y entrañable, que se ve con una complacida sonrisa. Mejor haberla visto que no.
PS: “Nunca he tenido un sentimiento nacional. Siempre he pensado que, en caso de guerra, yo iría siempre con el enemigo. Qué pena que España ganara la Guerra de Independencia. Me hubiera gustado que ganara Francia. Nunca me he sentido español, ni cinco minutos.»
Esto lo dijo solemnemente el director de esta película en la ceremonia de entrega del Premio Nacional de Cinematografía (español), con un semblante de un cierto asco, el 19 de septiembre de 2015: mientras, el ministro de cultura sonreía abiertamente porque nos representaba a todos.
Sensible y simbólica diferencia, que tanto afeaba al premiado (más todavía).
Este individuo, respetado y valorado por los españoles (sus obras siempre han gozado de buena acogida en España), se permitió herir sensibilidades presuntuosa y públicamente, con primaria vileza, tanta como la que mostraría un perro que mordiera la mano de quien le da de comer (mi perro, que tan solo hace ademanes defensivos ante extraños, jamás lo hace a quién le ofrece comida, luego tiene valores más elevados). No quiero decir que deba su comida a los españoles, sino a su trabajo, naturalmente, pero eso no le autorizaba a dar una patada a los que sí nos sentimos orgullosos de nuestra condición de españoles, y que además contribuimos a tan inmerecidos dispendios (premios). Por mí, como si este individuo se siente esquimal (aunque no creo que se fuera a vivir a “esquimalia”), pero en la intimidad, no cuando recibe un homenaje de todo un país. Lo que hizo no tiene parangón, por ejemplo: nadie a quien le hubieran dado un premio Nóbel, al recogerlo, despreciaría públicamente a Suecia, a no ser que fuera un tonto solemne. Despreciar y “pillar” al mismo tiempo es sinónimo de bajeza y miserable catadura moral. Por si fuera poca la desconexión que este tipo debía tener consigo mismo (no sé si habrá crecido personalmente desde entonces), no reconocía las huellas de cultura española que irradian sus obras. Le guste o no, lo reconozca o no, es español hasta la médula, como yo, aunque nuestro país nos pueda enfadar en tantísimas ocasiones. Quizá, yo podría desdeñar mi origen, en privado claro, porque no soy nadie y a nadie importo, pero nunca lo haría en público y llevándome a mi casa un honor generosamente entregado por la cultura a la que pertenezco. No, no se puede escupir a la materia misma que nos constituye sin incurrir en incoherencia o idiotez. Simplemente, se trata de elegancia, clase, buena educación, respeto y honorables principios. El haber leído mal a Cioran (no sé si lo habrá hecho), no le daba derecho a ser un perfecto grosero. A pesar de todo, aún puedo ver una obra suya, aunque, en este caso, lo he hecho porque detrás también estaba la genialidad de Azcona.

Pepe Fuentes ·