DIARIO de las otras COSAS 12.
Sábado, dos de enero de dos mil veintiuno.
Hacía tiempo que no pasaba por este diario (de las otras Cosas). Tengo varios desplegados, o, mejor dicho, iniciados, y vuelvo sobre ellos a medida que los necesito, o, como hoy, cuando no tengo nada concreto que decir.
Han pasado las dichosas navidades: el desaforado y tedioso encuentro con los seres queridos, y, aunque eso es cosa de los demás, el exceso de sentimentalismo ambiental lo pone todo perdido y afecta severamente a cualquiera de los sentidos fisiológicos y hasta metafísicos. Irritante. Ahora, una vez que hemos dejado atrás el año superado a duras penas, nos enfrentamos al siguiente que será, me temo, tan inclemente como el anterior. Habrá que cruzar la turbia corriente de incontrolada contaminación de estupidez y no perecer boqueando en la orilla como un pececillo en aguas turbias. Ahora que digo eso, la memoria se me dispara a mi infancia (a partir de los diez años), en la que viví al lado mismo del entonces jabonoso río de mi ciudad. Las aguas bajaban con un tono marrón oscuro y, cuando rebasaban la presa (Safont), una espesa espuma blanca cubría toda la superficie. Siempre estaba así, saturado de detergentes. Con frecuencia, sobre todo en invierno, aparecía una crisis aguda de vertidos, y los peces se acercaban a la orilla a morir. Gentes de un barrio cercano (en el que vivo ahora), iban con una red en el extremo de un palo y un saco que llenaban de los peces moribundos (carpas, sobre todo), para comérselos fritos, supongo…
9 ENERO 2021
© 1982 pepe fuentes