EL MAPA DE LOS DÍAS
23. VIERNES (15 de Enero de 2021)
Creo que estoy muy pesado con las consecuencias de Filomena (en mi casa, Ruperta), así que hoy es el último día que dedico una entrada a esta enojosa y molestísima anomalía.
Escuchando un podcast, se han referido a un autor que fue de mi absoluta predilección cuando era joven, Boris Vian, y a su obra más emblemática: La espuma de los días. La leí varias veces porque, un grupo de teatro en el que participaba mi mujer de entonces, me encargó que escribiera una adaptación teatral de la novela, lo que no hice, por supuesto, a pesar de que la idea se me ocurrió a mí (pensé que esa novela era muy teatral y que yo podría hacer algo tan fuera de mi alcance). Ni remotamente imagino por qué creyeron que podría hacerlo si, a poco que se hubieran fijado, habrían concluido que era imposible. Debió ser porque yo entonces daba el “pego”: me hacía pasar por artista y hablaba con desparpajo de lo que no sabía. Sonrío forzadamente porque no me hace ni puñetera gracia recordar mis variadas incompetencias. Boris Vian declaro que, esta maravillosa obra, fue escrita en tan solo cuarenta y ocho horas; a mí me entusiasmó en su momento (no sé si ahora la aguantaría, quizá tenga que revisarla, ya veré). A la protagonista, Chloé, le crece un nenúfar mortal en el pulmón derecho como consecuencia de haber cogido frío en una nevada:
“…Chloé se detuvo para jugar con un montoncito de nieve.
Los copos, frescos y suaves, conservaban su blancura y no se fundían.
-Mira qué bonita es -dijo ella a Colin.
Bajo la nieve había primaveras, azulejos y amapolas.
-Sí- dijo Colin-. Pero haces mal en tocarla. Te vas a enfriar.
-¡Oh, no! -dijo Chloé, y se puso a toser como una tela de seda que se desgarra.
-Chloé mía -dijo Colin, rodeándola con los brazos—. ¡No tosas así, me pones enfermo!
Ella soltó la nieve, que cayó lentamente, como si fuera plumón, y se puso a brillar de nuevo al sol.”
Casada con Colin, cuanto más se agravaba su enfermedad, más se oscurecía y empequeñecía el apartamento donde vivían. Inevitable consecuencia, dado que los objetos y las casas tienen vida propia, muy apegada a sus dueños, y también se oscurecen junto a ellos.
La fotografía: Los malos espíritus (o buenos, no sé muy bien cómo es su naturaleza) de la nieve siguen emergiendo en mi patio por la noche. Los fotografío por la mañana, después de desayunar y nada más aparecer las primeras luces. Luego se van y yo sigo en mi cheslong, soñando con la gloria que nunca tuve como autor teatral y la que no tendré como diarista desmemoriado y fotógrafo de los espíritus nocturnos de la nieve.