18 MARZO 2021

LOS MICROVIAJES: Castillos del Campo de Montiel (3)
Viernes, veintiséis de febrero de dos mil veintiuno.
…A estas alturas de nuestro breve viaje, nos sentíamos encantados. Todo estaba saliendo muy bien. La temperatura era excelente y todavía nos quedaban unas horas para explorar el territorio plano e inacabable. Me apasiona La Mancha, soy hijo de estos paisajes y reconozco y me enorgullezco de mis antepasados.  Atravesamos Cózar sin parar. Continuamos hacia otro pequeño pueblo: Torre de Juan Abad (precioso nombre de fuerte identidad quevedesca) y, desde allí, ayudándonos de Google Maps (el navegador del coche no nos servía de nada, siempre está haciéndose el ignorante), nos dirigimos por la Calle Real, que tan solo era una pista de tierra con multitud de irregularidades, baches, hoyos y todo tipo de impedimentos (tenía gracia metafórica que se llamara Real, precisamente ahora). Llegamos al Castillo de Montizón (siglo XIII), aferrado como un depredador furioso y hambriento a unas crestas de piedra que se abren al horizonte y a precipicios sobre el río Guadalén, que se divisaba al fondo del barranco. Deambulamos por las murallas que circundaban el castillo sin poder entrar al recinto por encontrarse cerrado. Según información que pudimos obtener después, la visita tendríamos que haberla solicitado o coordinado con el Ayuntamiento de Villamanrique (todos esos controles burocráticos me dan muchísima grima). Nosotros, es decir, yo mismo, encargado de los asuntos analógicos de mi casa, no estoy para esas sutilezas entorpecedoras. Solo soy un flâneur, es decir, mucho de mirar y poco de gestionar…
La fotografía: Un castillo es un castillo, lo mires como lo mires. Fotografías más ilustrativas y de mejor criterio estético se pueden encontrar en Internet. No fui hasta allí para hacer de artista, sino tan solo para darme una vuelta. Como dijo Don Quijote, en ocasión parecida, por las mismas tierras de La Mancha: “Advertid, hermano Sancho, que esta aventura y las a esta semejantes no son aventuras de ínsulas, sino de encrucijadas…”. Miguel de Cervantes