DICCIONARIO DEL TONTO
AMOR: “Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser.”
“Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad
en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear.» RAE
Superior la Academia en estas dos definiciones, complementarias ambas. Tiene algunas más, pero estas dos le bastan al Tonto.
Palabra que comprende extensiones vivenciales humanas muy anchas, largas, altas. Inconmensurables e inabarcables. Cada forma de entender y vivir el amor es todo un mundo, tantos como personas hay.
No sé dónde radica y por qué el instinto, la necesidad de amar, tan común y universal y que abarca a la totalidad de los seres humanos. Nadie se sustrae a esa necesidad.
“Amar es alegrarse”. Aristóteles
Probablemente sea el sentimiento que más exalta y vitaliza de cuantos existen en la consciencia del ser humano, también llamada Alma por los crédulos, aunque supongo que tan solo en sentido metafórico.
El amor a la familia, a los amigos, a las causas, a los ideales e ídolos diversos serían otras palabras, otras acepciones; tan solo me referiré, levemente, al amor sentimental, conectado al deseo sexual y a las pasiones íntimas e incontenibles.
Conceptualmente no puedo abarcar la totalidad del Amor y su infinito registro de formas, expresiones y vivencias posibles (soy un pensador malogrado, porque ni pienso ni sé). Tan solo hablaré de mí: al fin y al cabo, este diccionario lo he creado con la única pretensión de explicarme y así morir un poquito menos.
Ya desde pequeño (cuando empecé a ir al colegio, es decir a los seis años), me asaltó una fuerte inclinación hacia una niña de mi edad (mi precoz necesidad amorosa, muy marcada, siempre ha sido hacia el sexo femenino). A partir de ese momento, y a lo largo de muchos años, siempre me he sentido enamorado, o tal vez tendría que decir obsesionado (entiendo mejor la obsesión que el amor). Fijé mis desvelos y deseos, sucesivamente a lo largo de años, primero en las niñas, luego fueron chicas y después mujeres. Nunca me faltaron objetos de deseo o tal vez de amor (no lo sé muy bien).
Me ocurrió en varias ocasiones que me enamoraba de lejos y no era capaz de dar un paso para cubrir la distancia hasta llegar al objeto de mi anhelo. En mi adolescencia y juventud hubo varias chicas con las que me obsesioné durante bastante tiempo y ni siquiera llegué a conocer. La timidez, la falta de autoestima y el miedo a ser rechazado me paralizaban. Sufría lastimosamente de impotencia.
Siempre tenía la necesidad de estar enamorado, o lo que yo creía que era arrebatados enamoramientos y que, seguramente, no eran otra cosa que sucesivas manías del desequilibrado que era. No, no era tan solo deseo sexual, aunque eso siempre estaba presente (era imposible que me enamorara de alguien que no me gustara físicamente), sino, sobre todo, un anhelo sentimental (nunca he sido un seductor que trabajara para el placer de mi propia carne, sin más). Creaba y soñaba un mundo perfecto con la mujer a quien deseaba en ese momento, donde el sexo no ocupaba el primer plano, aunque, generalmente, siempre era la puerta de entrada, la potente e impulsiva atracción que me asaltaba repentinamente. Luego, una vez consumado el contacto, todo se podía ir al garete, que era lo que más frecuentemente sucedía.
Enamoradizo a todas horas, o más bien enamorado del amor.
Ahora que lo pienso en la pasiva y decepcionada quietud de la vejez, probablemente sea esa la forma más saludable de vivir esta indescifrable e imperativa necesidad humana.
“Advierte Sancho, dijo Don Quijote, que el amor ni mira respetos ni guarda términos de razón en sus discursos, y tiene la misma condición que la muerte.» Miguel de Cervantes
La Fotografía: Naty, la mujer de mi vida, a la que conocí cuando ya tenía treinta y seis años. Ella, bastante más joven que yo, bellísima entonces, bellísima ahora. Me enamoré de ella y calmó todas mis incertidumbres, encuentros y desencuentros, obsesiones e infructuosas idas y venidas. Tuve mucha suerte, antes y ahora.