DICCIONARIO DEL TONTO
MATRIMONIO: “Unión de hombre y mujer, concertada mediante ciertos ritos o formalidades
legales, para establecer y mantener una comunidad de vida e intereses”.
“En el catolicismo, sacramento por el cual el hombre y la mujer se vinculan perpetuamente con arreglo a las prescripciones de la Iglesia”. RAE
Ambas definiciones, objetivas. Nada más. Yo habría añadido: siempre suma, nunca resta.
Me he casado dos veces. No me casaría tres, simplemente porque no lo considero necesario. Sí considero imprescindible vivir en pareja. Siempre ha sido una necesidad básica para mi equilibrio emocional y vivencial tener una persona a mi lado: quererla y sentirme querido por ella. El aspecto formal, legal e institucional es lo de menos. De hecho, Naty, la mujer de mi vida y yo hemos compartido la nuestra durante veintiocho años antes de casarnos. Ahora, casi tres casados. Pero eso, tan solo, es un detalle sin apenas importancia.
Es inconcebible mi vida sin Naty, luego sin mi Matrimonio.
No he estudiado el hecho humano de estar casado desde ningún punto de vista (social, económico, religioso o cualquier otro aspecto), luego no puedo elaborar una teoría magistral sobre esta institución humana que se pierde en la noche de los tiempos (por algo será).
Solo sé que puede ser una suerte, una dicha, un infierno o un soporífero estado vital y existencial. El matrimonio: salva o condena; vivifica o mata; divierte o aburre; o lo que es peor todavía, coarta, constriñe y acaba con el deseo sexual, uno de los más esenciales potenciales vitales del ser humano. En consecuencia, o se maneja bien ese aspecto de la unión de dos personas o el matrimonio auténtico, es decir, de calidad, también morirá por asfixia.
Muy probablemente, se me ocurre pensar ahora al hilo de lo que voy escribiendo, sobre el matrimonio se ciernen más amenazas que venturas.
Voy un poco más allá: no compensa ni es de interés embarcarse en la angosta y vulnerable embarcación del matrimonio si ambos no reman en la misma dirección hacia algún punto que hayan acordado o intuido juntos. Las deslealtades no caben. A muerte en todo, juntos. Si no, si se empieza a conjugar la mentira, la vida se devalúa y se convierte en despreciable e indigna. A mí, nunca me habría interesado una unión así.
Cuantos más ingredientes incorpores en el acuerdo más rica será la unión, luego la vida, tu propia vida y la de tu pareja. Todo cabe bajo el manto de la complicidad, absolutamente todo. Sin acuerdo y propósitos compartidos todo es barato y casi nada merece la pena. No obstante, vale lo que sirve, y si una pareja alcanza su equilibrio en las rebajas, que se apañen como mejor les venga. Ellos sabrán.
En mi caso, he tenido la gran suerte de que Naty y yo nos encontráramos porque ambos hemos podido realizar todo lo que hemos necesitado.
Llevamos treinta años fotografiando juntos, por ejemplo (ella mucho mejor que yo). Es una suerte que hasta en eso hayamos sintonizado.
Resumo: soy un absoluto partidario y creyente en el matrimonio autoexigente. Nunca negligente o perezoso. Nunca anodino porque si es así mejor que No. Es preferible la libertad para buscar otra pareja más idónea (los cambios a mejor siempre merecen la pena). El matrimonio es demasiado importante para vivirlo mediocremente.
Ah, en todo momento estoy hablando del matrimonio (pareja integral y única) y no de la familia que, obviamente, es otra cosa y además otra -palabra- otro concepto y otra circunstancia vivencial.
Un texto de Manuel Vilas, uno de mis autores de cabecera, está en perfecta sintonía con lo que pienso y siento del matrimonio, dice: “…Vino el matrimonio al mundo para protegernos de la noche salvaje de todos los muertos, o de la necesidad de ser uno solo. La necedad de ser uno solo y convertirse en la iluminación de ser dos se cumple a través del matrimonio. No hablo del matrimonio eclesiástico, obviamente. Hablo de la relación ancestral entre dos seres humanos, cuyo sexo no importa, sino que lo que importa es la alianza. La alianza es la belleza. Vino el matrimonio al mundo para que dejáramos de ser uno y mudáramos en dos”.
La Fotografía: Nos la hicimos días antes de casarnos, como auto reportaje de boda. En realidad, la concebí y realicé yo, incluido el virado al Cloruro de Oro (la ocasión merecía oro). Mejor habría resultado la foto si la hubiera hecho Naty.