DIARIO DE ENVEJECIMIENTO TREINTA Y DOS, del tres de Julio de dos mil veintiuno (13:00 horas)
Desde muy pequeño me familiaricé con la vida de las burras y los burros ya que, para cubrir muchas de las necesidades básicas de nuestra casa, nos ayudaba una burra: acarrear agua, llevarme al colegio y como medio de transporte para el trabajo de mi padre (portear cepos para matar conejos, de lo que vivíamos). También para visitar a mis abuelos y a los pastores que vivían en chozos, no muy lejos de nuestra casa. La burra era imprescindible y muy importante, sin ella nuestra vida habría sido infinitamente peor. Era alta, fuerte y trabajadora. Vivía en una cuadra que había al fondo del pasillo distribuidor de la casa. Casi sentíamos su calor en invierno. Yo quería mucho a nuestra burra, a pesar de que cuando tenía tres años, creo, me dio una patada en la boca del estómago que hizo que sintiera el dolor más grande que había tenido hasta entonces. Mantengo en la memoria mi imagen, doblado de dolor y arropado con una manta; por cierto, ahora no me explico el efecto terapéutico de la manta, a no ser que tuviera frío. Mi padre, como si la burra lo hubiera hecho a mala idea (quizá lo hiciera, no lo sé), la golpeó duramente con una azadilla y esa imagen también la tengo grabada en la memoria. No creo que estuviera bien lo que hizo la burra ni lo que hizo mi padre pero a mí, al menos, me sirvió para sentir que importaba mucho a mi padre. A la burra sin nombre la perdoné enseguida…
La Fotografía: De siempre he oído y visto que a las burras y los burros viejos les salen, espontáneamente, lo que se ha llamado siempre “mataduras”: “A burro viejo todo son mataduras”. A las mataduras acuden las moscas y eso pone muy nerviosos a las burras y los burros. Pues bien, la foto de hoy muestra mi condición actual de un simple vistazo. No hacen falta mayores explicaciones, salvo que a mí las moscas todavía me dejan en paz.
15 JULIO 2021
© 2021 pepe fuentes