COLECCION DE MISCELÁNEAS
CINCO: Sobre la felicidad
Siempre he oído hablar de la felicidad, del sueño de la felicidad. Palabra más para soñarla que para vivirla. Todo el mundo vive empeñado en acceder a ese mirífico estado. Yo no. Nunca me he sorprendido diciendo -quiero ser feliz-. Probablemente, esa palabra-estado tan solo sea una convención terminológica totalizadora y banal, aunque defina y concite el deseo más extendido en la humanidad. A mí siempre me ha parecido un estado sospechoso (por eso nunca lo he querido para mí). Cuando alguien accede a ese edénico y sublime estado, ya nada le queda por hacer, me parece. Mejor que comience, inmediatamente, a derribar el artificioso y aburrido trampantojo. Quizá me estoy excediendo en mi suspicacia (una de mis pasiones tristes), porque, realmente, tan solo se trate de una convención del lenguaje, una mera cuestión semántica o metafórica que exprese el anhelo por llegar a alguna parte. Curiosamente, mientras las gentes expresan sin pudor que quieren ser felices; no dicen -quiero vivir- con todo lo malo y lo bueno que implica hacerlo con ganas e intensidad. Vivir vendría a suponer una intensa mezcla de gozo y sufrimiento; la felicidad, tan solo, gestionar una adormecida zona de confort. Pero tampoco conviene perder pie y jugar a heroicidades vivenciales, porque lo que sí parece claro, es que si la felicidad puede ser una trivialidad sin perspectiva, la infelicidad puede ser una inclemente y dramática situación existencial.
“Ser tonto, egoísta y con buena salud son las cualidades indispensables para ser feliz”. Gustave Flaubert
Después de lo dicho por Flaubert, indudablemente cierto, quién querría ser feliz, salvo por gozar de buena salud, tan deseable siempre.
La Fotografía: Autorretrato. Cualquier observador perspicaz concluiría que la de hoy es la imagen de un hombre feliz. Tendría razón. Soy la prueba irrefutable de que Flaubert estaba en lo cierto: soy tonto, egoísta y gozo de buena salud.