DIGRESIÓN CINCO. Druk (Otra ronda) Dinamarca (2020). Guion: Tobias Lindholm y Thomas Vinterberg. Dirección: Thomas Vinterberg. Intérpretes: Mads Mikkelsen, Thomas Bo Larsen, Magnus Millang, Lars Ranthe, Susse Wold, Maria Bonnevie, Dorte Hojsted, Helene Reingaard Neumann, Martin Greis.
Cuatro profesores de instituto llevan a cabo un experimento sobre el margen de mejora que supone mantener un cierto nivel de alcohol en sangre, inclusive en clase, en pleno trabajo, lo que supone dar las clases ligeramente achispados. A todo el mundo le ha gustado mucho esta historia: a los que dan premios (ha tenido muchísimos, incluso el Oscar a la mejor película internacional); a los críticos, que se han lanzado a referenciarla con toda clase de adjetivos laudatorios y entusiastas, sin reservas ni dudas. A Naty, también le gustó mucho. A mí, No. Me pareció mentira, una gran impostura, rebosante de afectación, pretenciosidad y falsa transcendencia. No hay ni un ápice de verdad en ella. Todo el mundo cumple con el papel que le toca para componer una imagen blandamente crítica de las sociedades occidentales, en este caso danesa; desde unos jóvenes alumnos con la dosis mínima de rebeldía para no desentonar (más bien parecen maniquíes articulados de puro convencionales); unos profesores hastiados, que, milagrosamente, gracias a unas medidas dosis de alcohol transmutan en eufóricos “jovenceros” y suplantan la vitalidad de sus sosos alumnos. Además, por si fuera poco, la colección de trasnochados tópicos, Vinterberg incorpora de hoz y coz las contradicciones familiares y matrimoniales de dos de los “profes”, y claro, ahí también hay pupitas y vendas que poner. Entonces, sorprendentemente, el alcohol también sirve como sucedáneo terapéutico de parejas exhaustas o de apoyo a crisis agónicas postadolescentes que les cuesta arribar a la madurez (como a todos). Eso sí, el jueguecito alcohólico, por poco se lleva por delante a dos de las parejas. A ratos, a base de entusiasmos danzarines e infantiloides, me pareció que estaba viendo el remake de El club de los poetas muertos, película que en su momento me pareció estomagante, con su impostado carpe díem de las narices. La obrita, está tan alejada de Días de vino y rosas o de Días sin huella, películas desgarradoras, convulsas e inolvidables, como una cremosa película de la factoría Disney. Sí, ya sé, pretende otra cosa (que no supe muy bien qué era). Historia previsible, blanda, tontamente melodramática, buenista (hasta un matrimonio se arregla, lo que supone, implícitamente, que sostiene como valor esencial la familia bien avenida: buena mujer, buenos hijos, buenos propósitos; porque uno de los cuatro investigadores etílicos, que no se ha refugiado en la santa familia, se pierde trágicamente por desesperación y vacío existencial (que no falte ni un puñetero tópico). Solo salvaría de ella, los cinco últimos minutos de una coreografía trepidante y graciosa. Lo peor: aburrida hasta el bostezo.
15 SEPTIEMBRE 2021
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