DIARIO ÍNTIMO (6)
Los amigos que se perdieron (5)
Viernes, diez de septiembre de dos mil veintiuno
Todavía no me explico, tantos años después, porqué este hombre apareció en mi vida y se mantuvo durante bastante tiempo. Ocurrió en 1985, y ese mismo año hicimos un viaje juntos, de diez o doce días, a Lisboa e inmediaciones.
Nos aguantamos bastante bien, a pesar de que no teníamos nada que ver. Nuestras disímiles vidas lo eran en todo: actitudes, expectativas, gustos, aficiones o cultura (él era un hombre sensiblemente más culto que yo). En nada estábamos en sintonía, pero disimulábamos y sigo sin explicarme por qué. Sobre cualquier aspecto del que pudiera acordarme ahora no encuentro sentido a nuestra breve amistad. Ni en arte: esteta y fino él, poco evolucionado e ignorante yo; tampoco en nuestra relación con las mujeres: obsesivo y activo yo, distante y frío él; ninguna coincidencia con las adicciones: morigerado yo, intenso y desprejuiciado él; ni en nuestro estilo social: exquisito, deslenguado y cínico él, respetuoso y considerado hasta el aburrimiento yo.
A pesar de todo, conseguimos finalizar un viaje largo sin problemas dignos de mención. Con este hombre me aburría porque no compartíamos ni miradas ni actitudes ante la vida. Me pregunto si podría incluirle en el grupo de amigos; a fuer de ser sincero, creo que no, pero aquí está. Quizá porque, probablemente, conseguí hacerle los mejores retratos que he hecho nunca.
En 1988, más o menos, ya no nos veíamos, salvo alguna noche, a altas horas, con algunas copas de más (él, yo nunca). Después, ni eso. Me lo encontré un día en la calle y le invité a una fiesta de cumpleaños de Naty (la única fiesta que hemos celebrado en nuestra casa), con motivo de su cuarentenario, en dos mil cinco. Asistió, discreto y burlón, con esa media sonrisa que jodía mucho porque parecía que te miraba desde una altura conmiserativa. Se le notaba y no creo que esa prepotencia le haya servido de pasaporte social, pero no lo sé.
Hijo único, como yo, siempre le he visto como un hombre solitario e independiente. Mira por dónde, ahora caigo que quizá eran esos los rasgos que nos hicieron en algún momento compatibles, aunque no amigos.
Hace dieciséis años que no le veo. Quizá no vuelva a verlo nunca…