DIARIO ÍNTIMO (8)
El heraldo negro
Martes, catorce de septiembre de dos mil veintiuno
¿Estoy triste o deprimido? No sé muy bien qué es estar deprimido. Triste sí. ¿En qué punto, en qué momento, en qué grado la tristeza muta y se agrava hasta llegar a la depresión? No lo sé. Casi siempre he estado triste y casi nunca deprimido, me parece. Así que, ahora, tan solo estaré triste, quiero pensar.
Sí, ya sé, en estos casos lo único inteligente que cabe hacer es permanecer callado. Pero a mí no me da la gana (me pongo muy nervioso si lo intento, porque creo que me voy a morir).
En mi casa, a lo largo de todo el día, permanezco callado todo el rato. Me pregunto, ¿entonces, lo más significativo de la separación, es decir, vivir solo, no es gestionar una cierta libertad, sino que el silencio me rodee a todas horas? Me contesto: eso parece, amigo mío. No, no es la ausencia de un plano vital afectivo o sentimental, ni siquiera sexual (por el momento no necesito del sexo); no, es otra cosa desoladoramente simple: frente a mí ya no hay alguien que me sirva de eco, que me devuelva de algún modo mis gritos de pavor en forma de respuestas cálidas y solidarias. Deseo que el vértigo que siento ante el tenebroso vacío que se abre bajo mis pies no me empuje a arrojarme a su negrura y ser uno con él.
Mientras que escribo esta mierda, a las cuatro de la mañana (tengo una perversa y nociva alteración del sueño), mi cariñoso perrito, si hoy estuviera conmigo, sabiendo que algo no está bien en nuestras vidas, apoyaría su cabeza sobre mi pecho…
La Fotografía: Después, muy temprano todavía, cuando caminaba por un descampado áspero y estéril, por el oeste de dónde me encontraba, ha aparecido un solemne globo aerostático en forma de inquietante heraldo negro.