MONÓLOGOS SOBRE ARTE
Capítulo dos (2): La máquina Magritte
Dieciocho de Septiembre de dos mil veintiuno, Sábado, Museo Thyssen Bornemisza, Madrid.
… Magritte tuvo claro desde el principio del desarrollo de su obra, hacía dónde iba y por qué caminos transitaría, me parece: “No tengo idea del misterio, sólo tengo un sentimiento de él. Me hace falta inspiración para evocar el misterio (y no para expresar el sentimiento que de él pudiera tener). Tal inspiración consiste en unir en una imagen lo que el mundo ofrece de visible, de tal modo que evoque el misterio”. René Magritte
Algo así intentaba hacer yo, ir creando imágenes a golpe de fulgurantes golpes de inspiración (quizá tan solo deba llamarlas ocurrencias), irreflexivas, pero poderosas porque nacían de palpitaciones viscerales.
Una vez dejado atrás el súbito y arrebatador enamoramiento (duró poco más de dos años), en vez de seguir por ese camino, tan proteico, quiero pensar, opté por el raciocinio y el naturalismo sin entraña. Malogré todo lo que era posible pero incierto y lo convertí en pasto de aburrido pragmatismo. Inmolé mi supuesta imaginación en aras de desarrollos temáticos extendidos en el tiempo y no sujetos a automatismos que podrían ser efímeros. Una lamentable falta de confianza en mí mismo.
Magritte no hizo eso, todo lo contrario, con una indubitable fe en sí mismo, avanzó por territorios ignotos hasta ese momento en el que la historia del arte le hizo Grande, Único, Irrepetible.
Enmarcado en lo que la historia del arte ha venido en llamar -Surrealismo- su obra, en conjunto, siempre me ha parecido muy superior a sus pares generacionales: Giorgio de Chirico, Paul Delvaux, Max Ernest, Ives Tanguy, por hablar tan solo de la misma generación y contexto sociocultural. Salvador Dalí, es otra cosa, genial sin duda, pero más dado al espectáculo que a una auténtica introspección creativa y, desde luego, sin llegar al perfil precursor que tuvo Magritte, siempre puro, siempre esencial, siempre convulso en el tratamiento y naturaleza de sus obras.
En mi visita seguí y seguí avanzando por las salas, de asombro en asombro, a pesar de conocer todas las obras de antemano, pero los originales estaban ahí, delante de mí mirada. Emocionantes todos…
La Fotografía: Curiosamente, en esta composición se dan dos elementos esenciales en la iconografía de Magritte: los pájaros y el fuego. ¿Cómo llegué a realizar esta imagen? Hace cuarenta y un años no recuerdo si ya entonces me perseguían los elementos que intervenían en su pintura; lo que si recuerdo es que vi en casa de un amigo esos pájaros disecados en una urna; abusando de su confianza se los pedí para hacer “algo” con ellos, prometiéndole devolvérselos. Busqué un escenario apropiado y una vez iniciada la sesión de toma decidí que lo mejor que podía hacer con los pajaritos (no supe qué pájaros eran), era quemarlos, porque sí. Poco me importó en ese momento de paroxismo “creativo” que los pájaros no fueran míos. Yo, entonces, estaba tan loco con esas inspiraciones que ni siquiera me tomé la molestia de dar una explicación a mí amigo sobre el sabotaje a su propiedad. Me hice el loco y nunca salió a colación el asuntillo de los pájaros reducidos a cenizas artísticas.