DIARIO DE REVELADO
TREINTA Y TRES, del dos de febrero de dos mil veintidós
… Ayer, creo que me puse a desgranar boutades como si no hubiera un mañana, pero es que frecuento diariamente Instagram y la inmensa profusión de espléndidas fotos (ya no sé si llamarlas así o de otro modo): miles y miles de autores que realizan diariamente miles y miles de imágenes me tienen anonadado y desbordado. Encima tienen tiempo de enseñarlas de un día para otro. Hay muchos que son capaces de publicar varias al día, espléndidas todas (hasta producen de noche) y yo, atónito y pardillo, me pregunto ¿cómo coño lo hacen? Como fotógrafo analógico yo solo conseguía hacer una o dos al mes, y eso si me salían bien las cosas.
Y ahora, precisamente ahora, es cuando cualquier persona sensata y “porretas”, debería decidir algo así como: es el momento de dejarlo con elegancia para que la historia pudiera decir de él con autoridad: -fue un fotógrafo tradicional hasta el fin de sus días-. No es mi caso: yo no he tenido la entereza de llegar a esa cumbre de constancia y coherencia, por lo que de la historia me echarían a patadas sí hubiera estado en ella. Hace tan solo dos años decía con prepotente seguridad: antes de pasarme al soporte digital dejaré de fotografiar. Y no, no era por defender a ultranza una causa o por un simple gesto reactivo ante lo nuevo; no, era porque intuía el malestar que ahora siento. O, dicho de otro modo: sabía que, si dejaba de ser lo que era, ya no podría ser otra cosa, es decir, lo que siempre había sido.
Mi posición derivó desde una posición heroica y “porreta” hacía lo que suponía un gesto posibilista y supuestamente vital (también como si hubiera un mañana) y seguir manteniéndome vivo y activo. Todo menos morir de melancolía. Eso hice, pero no calculé el pernicioso y molesto efecto de la inadaptación…
La Fotografía: Conceptual, pero a la que le falta una parte importante: El Concepto que la define como tal, pero no se me ocurre. Solo diré que el montaje es absolutamente mío, compulsivo y muy poco conceptual.