DIARIO ÍNTIMO 21
Doce de marzo de dos mil veintidós
HOY, mi amigo Luis, ha cumplido sesenta y siete años (qué viejos nos estamos haciendo).
Lo he llamado para felicitarlo y hemos trabado una conversación inacabable, por mi causa dado que me he ocupado en darle cuenta y razón de los últimos hechos en mi vida después de mi separación. Claro, el asunto, aunque tan solo sea porque ahora hago algunas cosas diferentes, me ha llevado tiempo. Me ha contado, a grandes rasgos, cosas de su vida de ahora, pero como ambos hemos tenido la sensación de que nos dejábamos cosas en el tintero y matices desatendidos, nos hemos emplazado una tarde noche de la próxima semana para dejarlo todo claro. Haremos recuento de pérdidas e imposibilidades, de sueños incumplidos y engañosas entelequias. Él pondrá los buenos argumentos, siempre positivos y yo los malos, o no tan buenos. Pero esa ha sido de siempre nuestra mutua dinámica.
Mi amigo es una gran persona: atento, generoso, próximo y con una virtud infrecuente: sabe escuchar. Aunque es un componente esencial de su profesión (psicoanalista), antes de ejercer como tal ya era capaz de desplegar ese arte (saber escuchar es puro arte, por infrecuente y difícil). Nadie escucha a nadie. Lo dice, cargado de sabiduría Álvaro Mutis, en Summa de Maqroll el Gaviero: “Saber que nadie escucha a nadie. Nadie sabe nada de nadie. Que la palabra, ya, en sí, es un engaño, una trampa que encubre, disfraza y sepulta el edificio de nuestros sueños y verdades, todos señalados por el signo de lo incomunicable”.
Mi amigo y yo, el día que nos veamos, estaremos bien, aunque abrirnos paso en la intrincada selva de las palabras no será fácil, porque como dice Mutis, con demasiada frecuencia son tramposas, espejismos autocomplacientes, cargadas de sin razón, como el amor; pero por lo menos intentaremos comprendernos con ganas. De una cosa estoy seguro, aunque sea prodigioso: ambos nos escucharemos atentamente.
La Fotografía: Mi amigo, hace ahora cuarenta años exactamente. A veces hay que confiar más en la amistad, eso me digo a mí mismo, ahora que ya no confío en casi nada.