LOS DÍAS (33)
Domingo, veintiocho de agosto de dos mil veintidós
Vaya día incómodo y puñetero. Mi Charlie ha amanecido con un agudo dolor provocado por un furúnculo interdigital en su patita delantera izquierda que nos ha impedido salir al campo como todos los días. Estaba previsto que me visitara Carmen y una amiga suya. Habríamos hecho turismo en mi ciudad. Nada de eso ha sucedido. También esperaba una llamada, importante para mí, que no se ha producido. Y, por si fueran pocas las rarezas, mi querida nieta Emma Louise ha cumplido trece años hoy, eso sí a nueve mil kilómetros de distancia.
He oído el final de El camino, de Miguel Delibes y he comenzado Las ratas. La opinión que me merece este maravilloso autor es, sin más matices que hoy no vienen a cuento, es que fue, sencillamente, genial. También he comenzado el último ensayo de Michel Onfray, El cocodrilo de Aristóteles, que tiene una prometedora “pintaza” y sé que me gustará mucho; en realidad, de Onfray me gusta casi todo.
Hoy, también, en cuanto a lecturas, he terminado: Cuando Vips era la mejor librería de la ciudad, de Lorenzo Olmos, recopilación de jugosos artículos o microensayos sobre literatura, libros, sociedad, masculinidad, feminismo y otras cosas. Me gusta bastante Olmos. “Es difícil saber quién eres cuando no eres nadie”, es el título de uno de los capítulos y, claro, ahí estoy yo, íntegramente, pero no ahora que soy una excrecencia avejentada, sino de siempre. Cómo para no querer a Alberto Olmos.
Podría seguir engolfándome en digresiones aparte hasta el infinito o al menos un buen rato más, pero para qué. Lo dejo ya. Ah, y no sé si hoy ha sido un buen o mal día; si le preguntara a Mi Charlie, diría que malo, seguro.
La Fotografía: “La madurez no consiste en decir lo que eres, sino en saber lo que eres. Algo así afirmaba Peter Sellers en El Guateque: de donde yo vengo la gente no se cree lo que es, sabe lo que es”. Alberto Olmos
Yo, tan solo puedo llegar a afirmar, no ya lo que no soy, que decía un amigo lejano (sabrá, si lee esto, que me refiero a él, y si no, ya no importa), sino que al menos, no soy como los personajes de esta fotografía. Seguro. Ellos, si vieran esta entrada de diario (que no la verán, ni falta que hace), también se sentirían orgullosos de no ser como yo.