LOS MICROVIAJES: Madrid (y 6)
(viernes, dos de septiembre de 2022)
… Después de Bunga Bunga, me dejé caer hasta la estación de tren…
Me senté a esperar la salida. Crucé dos o tres mensajes muy decepcionantes con una mujer que me interesó sobremanera, pero a la que no conseguí acercarme realmente (relación intensa, pero virtual, paradójica y absolutamente desajustada por imposible). Curiosamente, en algún momento la situación se pareció mucho a mis enamoramientos adolescentes que siempre me sucedían, arrebatadamente, en la distancia. Nunca conseguía conocer lo suficiente a aquellas chicas para mí bellísimas e inalcanzables. La imposibilidad hacía que aumentara mi deseo hasta la obsesión. Poco a poco mi desbordamiento remitía, como la crecida de un río, hasta que desaparecían de mi consciencia…
Mientras esperaba subir a mi vagón sonreía melancólicamente recordando alguna de aquellas historias que me había traído a la memoria la huidiza e inescrutable mujer objeto y causa de mis últimos desvelos. También, aprovechando el incontrolado y reciente impulso amoroso que inmaduramente tuve, me pregunté si es que nada cambia en el corazón y el espíritu de alguien como yo; si el haber vivido tantos años más no había servido de nada y podía seguir cayendo infantilmente en las mismas trampas.
Dijo ella: “¿Cómo puedes ser así de insensato habiendo llegado a la edad que tienes? Eso a mí me pasma…”.
Al parecer es así (según esa inmisericorde mujer); pero, me consuelo pensando que es signo y síntoma de que sigo tan vivo como el adolescente de entonces. Me da exactamente igual aparecer ante cualquiera como un inconsistente emocional siempre y cuando me sienta bien, coherente con mi inmadurez, autentico y con la conciencia resplandeciente porque nada malo o injusto hago a nadie. Soy incapaz de ser cruel con alguien sin causa ni razón y muchísimo menos con quien bien me trate.
Dijo, en un mensaje de hace tan solo una semana: “… Y no te la doy (la razón), porque tú «adolescencia» no te viste de originalidad, sino tan sólo de inconsciencia. Y eso te hace más daño del que te imaginas. Y por eso no te la compro, porque te quiero y odio sentir que sufres”.
Sus mensajes secos e inclementes eran frecuentes, no sé si para que reaccionara, según sus propios valores, o simplemente con el único propósito de hacerme daño, sin causa ni razón: “Debes estar en tus putos prejuicios y falta de entenderas”.
Inconcebiblemente, permití durante tres semanas que este maltrato virtual e injustificado se mantuviera profusamente, quizá por estupefacción: me di ese tiempo para intentar entender como funcionaban su gratuita y vitriólica agresividad. Finalmente fracasé, no conseguí ni siquiera atisbar nada que tuviera sentido y tuvimos que bajar el telón. Su aversión adictiva hacia mí quizá fuera una reacción fisicoquímica fuera de su control. No he sabido la causa a ciencia cierta, tan solo la he sufrido. A medida que escribo me doy cuenta de que el desbordamiento emocional que se ha producido da para mucho más así que mañana seguiré interiorizando aquí, a modo de apéndice, despedida y cierre. Además, hoy tengo que terminar el relato de mi Microviaje…
Una vez que me acomodé en mi asiento abandoné mis negras percepciones y recuerdos. Incomprensiblemente agotado, desfondado, dormité en el tren.
Comí y dormí una larga siesta. Me levanté febril, sediento, dolorido. Me sentía enfermo (quizá somatizaba). Me tomé un analgésico y me acomodé en la tumbona del patio sin hacer nada, preparándome para pasar un fin de semana mortecino, sin acontecimientos, pero con la firme determinación de ofrecerme toda la presencia de ánimo que fuera capaz.
La Fotografía: ¡¡¡Cuánto me gusta fotografiar en las estaciones la espalda de la gente!!! Sí, porque el viaje que nos unía temporalmente (en caso de accidente, más que el viaje habría sido el destino), termina; ellos se van, anónimamente, y yo me quedo con mis fotos, metáforas del anonimato y el olvido que rescato y redimo gracias a mi cámara. Estas personas que se alejan me parecen irreales, misteriosas, incognoscibles, difusas porque representan una realidad que nunca conoceré.