ADENTRÁNDOME EN LAS TINIEBLAS XV
Martes, treinta y uno de enero de 2023
“Un buen día comprendes que nunca has estado con nadie plenamente, ni siquiera contigo mismo. Y ese día es un gran día. La vida de un ser humano que envejece consiste en aceptar que nunca ha estado con nadie ni nunca estará con nadie, nunca podrá darle su alma a otro y que el otro entienda lo que se le da, lo proteja, lo cuide y lo preserve. Para amar a alguien tienes que renunciar a ti mismo. Pocos seres renuncian a sí mismos. Todo ser humano, cuando entra en la vejez profunda, acepta la soledad…” Manuel Vilas
Ciertamente, Vilas, una vez más, tiene razón.
Todos sabemos que es así. Lo único que hace soportable ese agujero que todos llevamos en el centro mismo de nuestra entraña y que tan bien conocemos (salvo los insensatos y tal vez los creyentes en lo trascendente), es que enseguida aprendemos a eludir el inconsolable vacío ocupándonos de otras cosas, otros valores, otras realidades. Por ejemplo, el más frecuente anhelo es ese trampantojo al que hemos bautizado como “felicidad” y que perseguimos denodadamente, con escasos resultados…
Sospecho que, tal vez y aunque no me avenga a reconocerlo, ahora es el momento de evaluar, de someter a escrutinio el grado de “felicidad” al que puedo haber llegado, si es que lo he sido, en parte, esto siempre es en parte. Sí, el paso del tiempo es un infalible tamiz por el que pasar las diferentes épocas de la vida y apreciarlas o despreciarlas, o ni una cosa ni otra. Todavía no estoy preparado para hacer algo así. Tan solo podría afirmar, sin vértigo ni zozobra, y matices aparte, que la vida que he llevado no la cambiaría por ninguna otra. Aunque como diría Cioran, haya renunciado al infinito, de lo que no he sido del todo culpable, sino tan solo incompetente. ¿Estoy diciendo, inconscientemente, que he sido feliz? No lo sé ahora. La respuesta en una próxima entrega.
“La persecución incesante de la felicidad, el gusto por el alarde del paraíso, la voluntad de asfixiar el núcleo amargo del tiempo, del corazón, son las pruebas de una profunda fatiga. En el deseo de agotarse en lo inmediato, se da la renuncia al infinito”. E. Cioran
La Fotografía: Creyente sexagenario (o septuagenario) tres. Me pregunto si estas gentes que cada año acuden puntualmente a la cita donde exhibirán el dudoso espectáculo, tan soleado y fragante, de su intimidad más privada y recóndita, están a salvo de los peligros de la disoluta inmediatez, de la que habla Cioran ¿Han alcanzado el trascendente infinito? No lo sé. ¿Son elegidos para reconvenir al mundo y ejemplarizar vidas posibles más ricas e intensas? Lo dudo ¿Estarían entonces más cerca de un profundo sentido moral de la vida? Me contesto: No.