LOS DÍAS 25
Jueves, veinte de Abril de 2023
Cada día duermo más y mejor. Hoy no me he levantado hasta las ocho. No tengo a Mi Charlie, luego no hay nada que me apremie por la mañana.
Hacia la mitad del paseo (9,5 Km), he terminado de oír La Memoria del alambre, de Bárbara Blasco, una chispeante novela de memorias de una adolescente y su amiga Carla, contextualizada en los años ochenta. Es un relato vigoroso, original y perfectamente ubicado culturalmente en su década. Fija el perfil de dos chicas desprejuiciadas, de fuerte personalidad, que no se arredran ante nada que las impida disfrutar de la aventura y el placer súbito e incontenible. Espléndida creación literaria con construcciones metafóricas plenas de recursos y fluidez narrativa. Por si fuera poco, el relato no descuida matices introspectivos y reflexiones vivenciales y psicológicas. Últimamente me encantan las novelas de mujeres desconocidas para mí, generalmente muy jóvenes, aunque Bárbara, de 51 años, aparentemente ya no lo sea, su manera de narrar lo es. Ella fue adolescente en los ochenta.
Una suerte haberme encontrado con esta autora azarosamente (en literatura, ahora, para mi casi todo es azar, y lo que no lo es, suele aburrirme).
Inmediatamente después de Blasco, he comenzado con otro de los autores recurrentes para mí últimamente: ni mujer, ni joven, ni súbitamente aparecido de la nada: Stefan Zweig: Tres poetas de sus vidas (Casanova, Stendhal y Tolstoi). Nunca me cansa este autor, siempre me interesa y siempre disfruto mucho de sus obras. Para mi suerte y la del mundo fue un autor muy prolífico e inacabable. Un pozo sin fondo.
Regresé a mi casa a las once. Me dispuse a vivir un día exactamente igual a todos los demás. Y no, aunque pueda parecer que mis días son aburridos, no lo son en absoluto, o sí. No sé. No son dinámicos, luego tampoco estresantes. Son cadenciosos y a veces mortecinos. Pero no los cambio por nada, son mis días. He trabajado en mi estudio dos horas. He comido a mi hora: 13:45; dormido algo de siesta también a mi hora: 14:30; he leído de 15 a 16:00 (La biblioteca de los libros rechazados, de David Foenkinos); he cruzado algunos mensajes con mi nueva amiga (Carolina); y luego me he sentado a escribir diario (esta entrada, por ejemplo).
Cenaré a las ocho, veré tele hasta las diez y media (series de Netflix, tan entretenidas y adormecedoras), me acostaré y volveré a leer hasta que me duerma, que será enseguida, cansado de tanto bienestar.
Una vida perfectamente prescindible. Puedo morirme mañana y nadie me echará de menos, ni falta que hace.
La Fotografía: Realizada en mi paseo de hoy, con Mi Móvil, según pasaba, si dar ninguna importancia al gesto, sencillamente porque no lo tenía. Son unas traviesas de vía de tren podridas, de cuando por ellas circulaban máquinas de vapor y yo, de niño, iba a la estación a ver llegar y salir los trenes, entre una nube de vapor. Ahora, esos materiales y aquellos momentos son pasto de descomposición y aniquilación. Como mi día de hoy, exactamente igual.