DIARIO DE VIAJE: Al sureste
Jueves: veinticinco de mayo de dos mil veintitrés.
… Siete y media de la mañana: me levanté con la sensación de haber descansado. Me duché y me dispuse a salir a desayunar (no había comido nada desde el mediodía anterior). El apartahotel, dispuesto en cuatro o cinco pequeños edificios de cuatro plantas se desplegaba en tono a una especie de piscina larga y estrecha como una culebra que se enroscaba alrededor de una ridícula glorieta central. De aspecto setentero, deslucido y viejo, se encontraba en un proceso de irreversible deterioro. Ya no había solución posible para ese sitio. Apenas si vi clientes y, en todo caso, no guardo ningún recuerdo de su aspecto. Supongo que serían como yo: turistas pobres que nada tendrían que hacer a lo largo de todo el día en ese descolorido lugar. Yo, al menos, me iría en un rato.
Recorrí el barrio buscando un bar donde desayunar. Me costó, todos estaban cerrados. Finalmente encontré uno adosado a un gimnasio. En una mesa cercana desayunaban un hombre en la sesentena y una mujer más joven. Parecían del barrio. Estaban lo suficientemente cerca como para poder oírles la conversación. Desoladora. Iban pasando de un tema a otro, todos de una banalidad escalofriante. Parecían satisfechos con su vida en esos instantes y, muy probablemente, con todo lo que el día les ofrecería. Desayuné un zumo de naranja, una tostada con tomate y jamón malísimo, y un café con leche. Después volví al hotel a recoger mis cosas y comenzar mi tarea de turista del día. No tenía muy claro cuál sería, y eso estaba bien, porque permite la improvisación, el azar, y las catástrofes.
Me acerqué al puerto deportivo y caminé por altos espigones que habían acondicionado como paseos con terrazas de bares que tenían dispuestas las mesas longitudinalmente. Alguna gente desayunaba, otras paseaban deportivamente o con sus perritos. Pude ver a algunas mujeres atractivas con las que me habría gustado charlar un rato, tal vez porque en esos momentos me sentía bien. La luz, la temperatura y el ambiente calmado, tranquilo, eran especialmente placenteros. Podría haberme quedado allí el resto de la mañana. No lo hice.
Decidí subir al Castillo, señalé el lugar al navegador sin acordarme de que él no actuaba en Denia, y claro, no me llevó…
La Fotografía: Una de tema marinero naif, desde uno de los espigones por donde paseé muy placenteramente. Creo que es una bonita foto.