DIARIO DE VIAJE: Al sureste
Domingo: veintiocho de mayo de dos mil veintitrés.
… Amanecí en el Hotel Izán Cavanna, en la Manga del Mar Menor. En el precio tenía incluido el desayuno, que comenzaba a las ocho. Me dije: -si soy puntual habrá poca gente- Tal vez, si se puede considerar así a varios cientos de personas que ya ocupaban casi la totalidad de las muchísimas mesas de un vastísimo comedor. Me pareció asombroso que tantos estuvieran hambrientos puntualmente, a la misma hora, incluido yo, claro.
Delicatessen literaria ad hoc: “En los últimos años, el interés por los ayunadores profesionales ha remitido mucho. Mientras que antes merecía la pena realizar ese tipo de representaciones por cuenta propia, hoy es completamente imposible”. Franz Kafka.
La peculiaridad: Más del noventa por ciento de los desayunadores teníamos más de sesenta y cinco años, y claro, el panorama resultaba desolador. Las mesas, generalmente ocupadas por parejas silenciosas de caras tristes y expresiones cansadas, se afanaban en dar cuenta de copiosos desayunos que habían transportado con pasos inseguros. Muy concentrados, algunos de barbillas temblorosas, carnes flácidas, resecas y vientres prominentes, pero de hambre voraz; eran capaces, con su mera presencia y frenética actividad de arruinarme el estado de ánimo para el resto del día. Desayuné frugalmente y salí de allí lo más rápido que pude, espantado y sosteniendo un titubeante y precario equilibrio.
Alguien podría preguntarme: ¿y qué hacer, entonces, con los viejos como tú? A lo que me vería obligado a responder: No tengo ni idea. Lo que sí sé es que detesto la decrepitud, la comprensiva indulgencia y la lástima. También la derrota y la exhibición impúdica de la decadencia irredenta. “La vejez no es una batalla; la vejez es una masacre”. Philip Roth
Ni que decir tiene que el entorno urbanístico y arquitectónico de la zona era espantoso. Uno de los lugares más feos que he visto en mi vida.
Me tomé un analgésico porque mi dolor inguinal casi que no me permitía caminar.
Empezaba mal el día, plomizo y ventoso, porque, además, no sabía dónde ir; solo quería alejarme de allí cuanto antes y olvidar las malas impresiones que tenía desde la noche anterior…
La Fotografía: Cuando me disponía a arrancar el coche, a lo lejos, divisé la superficie del mar, suave y delicadamente iluminada, con un cielo oscuro de fondo. Suspendí la operación de huida compulsiva, tomé el equipo y me acerqué, arrastrando mi pierna izquierda hasta la orilla para fotografiar. Eso estuvo bien.