LOS DÍAS 76.2
Viernes, uno de Diciembre de 2023
… Subí a la segunda planta donde se desplegaban dos exposiciones de arte moderno, una alusiva al cincuentenario de la muerte de Picasso, de un artista llamado Roberto Campos, toledano, al que no conozco. Había bastantes obras, algunas de gran formato, con estructuras geométricas y sutiles detalles alusivos a Picasso, que era el argumento del asunto. Muy moderno todo (y aburrido). A veces, los artistas, denominados contemporáneos, se comprometen y asumen descomunales esfuerzos para no decir nada. Ellos sabrán.
Y de ahí, directito al asunto que había provocado mi frenazo en seco (pude haberme hecho daño con la brusquedad y peligrosidad estética de la maniobra), que no era otro que lo del Museo de Arte Contemporáneo de Toledo (al que no entré nunca, por cierto). Tenía mala conciencia, una cuenta pendiente que me proponía saldar en un rato por la mañana.
Unas salas me separaban de mi inopinado objetivo, para tranquilidad de mi conciencia. En la primera, más grande y con mayor número de obras, se exhibían, al parecer, las que habían formado parte de la colección y que ahora estaban almacenadas en el Museo de Santa Cruz, de no demasiada relevancia. Eran numerosas las de Ricardo Arredondo (escasamente moderno). Su obra, se sustentaba en pinturas realistas-costumbristas y paisajísticas, minuciosamente elaboradas, bien concebidas y resueltas cromáticamente con generosos empastes. Compositivamente no añadían nada en especial y temáticamente escenas populares, nada más. Vivió y pintó en Toledo, en la última parte del siglo XIX (murió en 1911). Aunque turolense (Cella), fue uno de los muchos artistas que a lo largo del tiempo se adscribieron vocacionalmente a la toledanía, siguiendo el ejemplo de El Greco. Esto tan solo lo supongo. Ser toledano, nacido o adoptado, marca a fuego el alma de un artista, pero precisamente por eso resulta terriblemente peligroso ya que, mi ciudad, sospecho que puede ser uno de esos lugares de signo funesto que contaminan e infectan a los que caen en su hechizo; salvo a El Greco, por supuesto, ya que, probablemente, esa inmensa figura fuera un aciago precursor que esterilizó el tiempo por venir: primero él, después nadie.
Por otro lado, además, no creo que sea un lugar, al menos en lo artístico, que imprima carácter por sí solo.
Junto a Arredondo, había otros artistas, generalmente realistas, paisajistas o figurativos y algunas obras tímidamente modernas. Los artistas: Antonio López, Juan Barjola, Canogar (toledano) y otros…
A medida que avanzaba en la muestra temí que no estuvieran, de que me estaba faltando algo y alguien esencial en la época, pero en la última sala, por fin, allí estaban casi todos. Respiré aliviado, la historia había hecho justicia y yo podía quedarme tranquilo ¡¡¡menos mal, me dije!!!…
La Fotografía: Antesala de la que iba buscando, que fue la última, al fondo. En ésta, obras que al parecer estuvieron expuestas en el MACTO, por lo que se entiende perfectamente que la viabilidad e interés del museo decayó, agonizó y murió. Ahora tenemos otro, mejor situado en la ciudad, pero la obra reunida es de un coleccionista particular (Roberto Polo) y en absoluto tiene vinculación con el arte creado por artistas españoles o locales; pero eso es lo mismo porque el arte, según entiendo y defiendo siempre, es universal.