LOS DÍAS 77
Jueves, siete de Diciembre de 2023
Ayer fue fiesta: la conmemoración de la Constitución, pero ya pasó y además escribí, repitiéndome, como siempre. Mis reincidencias son como mis días, iguales siempre, según el tema que toque. Cuadriculado se vive mejor, creo.
Es inevitable.
Ahora, en este preciso instante: 8:17 de la mañana, desde el ventanal de mi estudio y a través de la niebla veo un tono rojizo en la atmósfera que se parece al que podría tener el del fin del mundo. Veremos si se hace cierto o no.
La vida, desprovista de acontecimientos externos, sin caras ni cuerpos, sin voces ni cantos, sin risas e ilusiones, es así. Solo la falta de dolor (aunque me duele un hombro desde hace más de un mes porque pisé un canto rodado y me di un gran golpetazo contra el suelo, justo al lado de un charco maloliente), la hace soportable, la vida, me refiero. No, no voy a ir a contárselo al médico porque seguro que me remite a sesiones de fisioterapia y para eso no tengo tiempo. Y tampoco paciencia de tener que ver el careto de la terapeuta de turno (suelen ser mujeres y yo con ese género, cuanto menos trato mejor).
Ahora, últimamente, y desde que me expulsó mi peluquero (un jovencito tontito) poniéndomelo difícil me he buscado una peluquera que además me gusta mucho. Es la única mujer que me toca la cabeza por fuera, pero con la que no hablo. Al menos me parece atractiva y encima me cobra menos. Cuando la miro me acuerdo de una maravillosa película francesa de mil novecientos noventa que tanto me gustó (la vi más de una vez), El marido de la peluquera, con una fascinante y arrebatadora Anna Galiena, casada con un hombre mayor que ella, el también encantador Jean Rochefort. Si ahora alguien me preguntara qué me gustaría ser en este momento de mi vida, no lo dudaría: El marido de la peluquera, y solo eso, como Rochefort.
El que haya cortado toda relación con las mujeres (más bien han sido ellas las que lo han hecho conmigo) no quiere decir que haya dejado de desearlas (pero no acompañarlas). Para el aprecio por mi parte tendrían que pasar algunas pruebas exigentes, pero fáciles, tan solo ser buenas personas. Ah, y que me gusten mucho.
Hoy haré lo de ayer y a la peluquería no iré hasta la semana que viene, debo controlar mis flaquezas no vaya a ser que desajuste mi precario equilibrio. Aunque últimamente estoy mejorando mucho. Creo que me voy a curar, de verdad.
El otro día, hablando con mi prima me preguntó qué tal estaba y le contesté que bien, que cada día mejor, salvo porque de vez en cuando, y siempre por las tardes, tengo alguna crisis de ansiedad. Ella lo achacó a que me aíslo, a que no tengo actividad social. Me aconsejó que debo abrirme y relacionarme. Contesté que bueno, que vale (no lo haré, por supuesto), y no le dije que realmente mis ataques de ansiedad tan solo son debidos a mi persistente abstinencia sexual, supongo, aunque no estoy muy seguro de eso.
Va, qué más da. Esa circunstancia ya la irá absorbiendo y normalizando mi ecosistema.
Sí, ya sé, la entrada de hoy está inspirada por mi falta de contenido vivencial. Mis únicas tensiones en ese sentido las vivo durmiendo, es decir soñando en el sentido freudiano, con la libido de por medio (hoy he soñado que vivía una historia de amor con una joven mujer, que no he sabido a qué se dedicaba, solo que, en el sueño, ella estaba muy enamorada de mí, pero peluquera no era, eso seguro).
La Fotografía: Hoy como ayer, una pintura de la colección de Roberto Polo, en el Museo de Arte Contemporáneo de mi ciudad. Pero en este caso es de un hombre joven y primaveral, listo para amar y más, parece.