LOS DÍAS 78
Sábado, nueve de Diciembre de 2023
A primera hora de la tarde vi un partido de fútbol empatado, después lectura hasta las ocho, momento en el que me fui a buscar a mi prima. Cenaríamos juntos. Nos dirigimos a una cervecería, tomamos unas raciones con cerveza y charlamos de las cosas que solemos hacerlo, generalmente de las exposiciones o el teatro que vemos, de fotografía o de los libros que leemos. La lectura, casi inevitablemente nos llevó a la escritura. Yo, como hago siempre, me reafirmé en mi tarea en este diario; y mi prima, también como siempre, me dijo que no estaba de acuerdo con mi frecuente impudicia. Que mis entradas eran innecesariamente exhibicionistas y nada discretas (bueno, la verdad es que no me criticó demoledoramente, solo un poquito, porque en el fondo entiende mi propósito). Sí, pero que las cosas íntimas, mejor a un cajón secreto, esa es su postura. Yo, no estuve de acuerdo en absoluto (no necesito protegerme de nadie), es más, la contesté que escribir para un cajón me desmotivaría hasta dejar de hacerlo. Y que, en cuanto a la discreción que para ella significa respeto a la intimidad propia (puedo entenderla en los demás); pero para mí, sin género de duda, carece de importancia o al menos es un valor muy secundario (entiéndase lo que puedan pensar los demás). Estoy persuadido de que al mundo y a cualquiera le trae sin cuidado lo que yo pueda sentir, hacer o escribir. Además, si me corrigiera en aras de la virtuosa asepsia de un texto dejaría de ser yo para ser un flácido redactor de naderías. Carezco del talento necesario para hacer de lo poco mucho.
No me considero tan importante (soy un tipo insignificante y no es falsa modestia, es la puñetera verdad), como para que tenga que preservar nada de nada. Y, además, estoy seguro de que, con lo que escribo, dignidad no pierdo ni un ápice, el respeto que me tengo está por encima de esos detalles sin importancia. Mi vida es como la de todo el mundo, la única diferencia es que escribo algunas cosas de ella, nada más.
Más de lo mismo: para escribir necesito saber que lo escrito saldrá de mí hacia alguna parte, dándome igual en la mirada en la que se deposite.
Lo importante es expresar lo que me pasa o ha pasado; lo que me gusta y lo que no; hablar de los estados de ánimo y todas esas sensaciones que conforman la vida de un diarista, porque si no sería otra cosa. Este formato de escritura debe pararse en intimidades, porque si no, no es nada. Desprenderme de los pesos muertos y cuidarme de la presión de la vida. Si lo escondiera en el cajón no me serviría, porque olería a podrido, es más, no escribiría, seguro. Sería como cocinar para congelar lo guisado en vez de para comerlo. Pero eso no quiere decir que busque algo de los demás: respuestas, reconocimiento, mirada, consejos, debate… nada de nada. Los diarios no son conversaciones y tampoco, por supuesto, una red social, simplemente son una acción simbólica vocacional que libera y salva. Nada más.
A partir de ahí no tengo otro remedio que contar la verdad porque si no, tampoco me serviría (por muy mal que quede, pero eso es lo que hay). Que cuando lo escribo y luego lo leo me reconozca en lo escrito y leído. No me engaño y sé que no cuento toda la verdad, por pudor tal vez, o para evitar la exageración de dudoso estilo, pero lo que cuento es verdad, al menos en mi fuero interno. Me reconozco en mi escritura. Y escribir hay que hacerlo siempre, vaya dónde vaya lo escrito, incluso a ninguna parte.
“En primer lugar, hay que escribir, naturalmente. Luego, hay que seguir escribiendo. Incluso cuando no le interese a nadie, incluso cuando tenemos la impresión de que nunca interesará a nadie. Incluso cuando los manuscritos se acumulen en los cajones y los olvidemos para escribir otros”. Agota Kristof
Dejé a mi prima en su casa y me fui a deambular un rato por una zona de bares de copas. Entré en un par de sitios, siempre con la escopeta de mi mirada cargada, por si se cruzaba alguna mujer a la que desear… Solo me gustó una, bastante, además, pero no me atreví a decirle nada porque lo mismo tenía treinta años menos que yo. La jodida era septuagenaria me tiene frito y acobardado, no me atrevo a hacer nada.
Volví a mi casa a las dos, tranquilo a pesar de que era otra noche sin sexo y ya van más de cien, por lo menos, y seguidas, además.
La Fotografía: Mi sillón de lectura. Por la tarde, después del partido empatado, bajé a la cocina a prepararme un café y a la vuelta vi esta composición accidental y tan real como mi propia vida. Fotografié el nido. Bueno, al menos mi orden cotidiano y el espacio donde habito (mi casa), me resulta extraordinariamente confortable y tranquilo.