LOS DÍAS 1.1
Frío en el frío: cuentecito navideño con final feliz
Lunes, uno de enero de 2024
Ayer fue, además de domingo, festivo por causa y abuso del calendario (siempre juega con ventaja). El último día de un año para olvidar, en mi caso, claro. El que viene será peor, en mi caso, por supuesto. A partir de un cierto momento (nacimiento) cada año que llega trae peores noticias que trajo el que se va. Los seres humanos nos hemos equivocado en el protocolo, más que celebrar lo que viene habría que llorar por lo que se va, o la amenaza que llega. Siempre llorar porque somos seres condenados a perecer y siempre de muy mala manera, que es lo peor. Mientras, buscar algún resquicio por donde pillar algo de placer.
No, no parece que ayer fuera un buen día para mí. Hoy tampoco.
Desde mediados de la semana pasada, comencé a tener fiebre alta por la noche, aparte de desarreglos intestinales, por lo que deduje que era un virus gastrointestinal (gripe o covid no eran porque lo comprobé). Menuda mierda lo del virus. Es en la enfermedad donde se te agría la visión del hecho de vivir para morir. Es tan asqueroso todo lo que te pasa cuando enfermas, que da asco.
Llevo cinco días con Charlie, a pesar de mi enfermedad (Naty no puede atenderlo), y hoy se ha despertado llorando, habrá presentido las amenazas del nuevo año. Su lucidez está más allá, es puro instinto animal. Aunque él ha superado todas las dificultades que le trajo el año pasado, una pododermatitis severa y crónica y un tumor en el bazo (se ha quedado sin bazo). Grande es Mi Charlie en sus peleas por la supervivencia. Otra de las cosas que tengo que aprender de mi perrito.
Anoche, postrado entre la fiebre y el desánimo, vi dos películas superiores, pero tristísimas y conmovedoras, aunque una alentadora porque ofrece una salida hacia la luz, hacia la redención por el coraje. Fueron: La Strada, de Federico Fellini (1954); y Coraje, de Ali Asgari (2022). Vibrante y heroica de principio a fin, con una historia de amistad emocionante por su autenticidad en segundo plano. La narración, en tempo preciso y vibrante te mantiene en tensión constante y, finalmente, la solución en un plano secuencia de una contundencia y dramatismo visual brillante. Qué sería de la vida sin el arte. Nada.
Alguien inadvertido podría contestar que el amor, que lo que da verdaderamente sentido a la vida es el amor, pero se engañaría, seguramente porque todavía no ha vivido el tiempo suficiente. Todos los amores mueren, antes o después; el arte no pervive para siempre, o tampoco, pero, algo más dura, desde luego.
Ayer, último día del año: comí mal, por lo del virus; viví mal, sin respiro o margen para el bienestar; no reí en ningún momento; me acosté pronto, a las once y media, pensando que el mayor placer de mi vida en estos momentos es dormir mucho y soñar bien. Creo que el año cambió mientras estaba anestesiado, en mi primer sueño, el profundo. Luego, como muchas noches, hacia el final del ciclo del sueño, entran en juego historias luminosas, graciosas, porque están plagadas de imágenes gozosas y situaciones imposibles y, curiosamente, siempre placenteras. Me pregunto: ¿se soñará así de bien estando muerto? No me contesto…
La Fotografía: Una de mis últimas fotografías del año (del otro día), fría y desoladoramente solitaria. El ciprés es mi alter ego en planta, sí, porque así estoy yo ahora, frío y solitario y, desde luego, no tan esbelto y bello como el ciprés. Puestos a vivir y ser en el universo, mejor planta, mejor ciprés. Me parecen los árboles más artísticos, filosóficos y poéticos de la creación.