DIARIO DE UN CONDENADO 4
“… los pequeños signos de miseria o de mera desidia que confirmaban sus palabras”. Luis Landero
Sábado, veinticuatro de febrero de dos mil veinticuatro
Sigo con la costumbre de acostarme muy pronto, cada noche un poco antes, por lo que me temo que llegará un día en que me bajaré de la cama por un lado, la bordearé y acto seguido me acostaré por el otro, para disimular la indolencia.
Salvando las distancias, claro, me gustaría llegar a igual intimidad con la cama que Juan Carlos Onetti, que se pasó los últimos doce años de vida casi sin salir de ella. La diferencia radicaría en que él, que era un gran literato, recibía en su casa a escritores, periodistas, lectores, admiradores… y yo, como no soy famoso ni sociable y tampoco soy novelista ni artista, me ahorraría recibir ¡¡¡una gran ventaja, sin duda!!!
Me acuesto antes porque siento llegar el aburrimiento como una ola invasora que terminaría ahogándome. Como inmediatamente antes he estado frente a la tele viendo algo de escaso interés (todo es una soporífera repetición, todo, sean series o películas), me canso a la mitad de lo que sea, apago la dichosa pantalla y me meto en la cama. Enseguida me invade un sueño pesado, aturdidor, dulce y acogedor.
Sin embargo, mi cuerpo no aguanta muchas horas durmiendo (tendré que mejorar eso mediante entrenamiento, o yo qué sé), por lo que antes de las seis o a veces a las cinco ya estoy atrapado por la incomodidad del insomnio. Una contrariedad. Es como si alguien con mala sombra me interrumpiera un orgasmo.
Ayer por la tarde aguanté algunos mensajes de mi bella oriental (diario de anteayer) que me desea que pase un buen día por la mañana y luego, por la tarde, me pregunta cómo me ha ido el día. Como si fuéramos novios o algo así. Me aburría esa mujer. De madrugada, en la cama todavía, he bloqueado la mensajería, el perfil y todo lo que tenía que ver con ella ¡¡¡me cansa mucho el mundo virtual!!! Cero redes sociales en mi vida, aunque todavía mantengo activa una de contactos y no sé para qué porque ahí, opciones reales, belleza o inteligencia no existen. Un erial, un reseco y áspero desierto sin promesa de oasis alguno.
Dentro de un rato me iré a por Mi Charlie, que pasará casi dos semanas conmigo. Será estupendo porque nos haremos compañía y él no me hará preguntas innecesarias ya que pasamos todo el tiempo juntos y lo sabemos todo el uno del otro. Tampoco me preguntará cómo me va porque ya lo ve él a todas horas. Además, con el pretexto de no dejarlo solo ni siquiera me planteó salir a no hacer nada de interés ni para mí ni para nadie.
Es más, hoy sábado, me ilusiona y encanta la perspectiva de no salir ni hablar con nadie durante todo el fin de semana; supongo que la semana que empezará tampoco, pero lo mismo tengo algo que hacer o alguien se considera autorizado para molestarme y me fastidia el plan.
La Fotografía: Bonita foto de una bella obra del escultor Igor Mitoraj, en Villa Casale, Sicilia, realizada en un magnífico viaje hace dos años.. Solo tuvo un problema, lo hice con la mujer equivocada porque me menospreciaba (yo sabía las razones, no hacía falta que me las dijera). La que sí me dijo, en Taormina, tomando el sol y chocolate con pastas o algo parecido, que debía salir de su vida porque era viejo para ella y no estaba dispuesta a que, dentro de no mucho tiempo, tuviera que cambiarme los pañales (despreciable e innecesaria maldad). Lo cierto es que objetivamente tenía razón, eso me tocaría a mí antes que a ella. Salí aliviado de esa tortuosa historia donde siempre perdía yo. Esa mujer, enseguida, provocó en mí un profundo malestar. Tenía una retorcida capacidad para hacer daño, porque sí, porque ella era así. Ah, las mujeres, diabólicas, rencorosas, detestables, pero deseadas criaturas.