LOS DÍAS 26
“… Chéjov no creía, jamás había creído, en una vida futura. No creía en nada que no pudiera percibirse a través de uno de los cinco sentidos. En consonancia con su concepción de la vida y la escritura, carecía según confesó en cierta ocasión de una visión del mundo filosófica, religiosa o política”. Raymond Carver
Sábado, veintitrés de Marzo de dos mil veinticuatro
Hoy, a las cuatro de la tarde, me iré a Madrid, al teatro y esta vez a ver la misma obra en doble lectura: Tío Vania, de Antón Chéjov, en versión de Pablo Remón, decisión de la que ya estoy arrepentido (lo contaré, veremos quien se condena y quién se salva). En mi decisión seguro que tuvo que ver una cierta nostalgia por aquellas ilusionantes sesiones dobles de cine de provincias de los años sesenta. Entrábamos a las cuatro de la tarde y salíamos a las siete (en invierno, de noche ya). Ponían una película cualquiera y otra del oeste: siempre había una de indios los domingos por la tarde ¡qué tiempos!
Hoy no será una tarde como aquellas; los niños siempre intentábamos sentarnos al lado de las niñas y conseguir tocar alguna parte de su cuerpo, aunque tan solo fuera rozar una mano ¡eran tan excitantes esas experiencias! En mi tarde de hoy no habrá excitación ni por asomo, conduciré hasta Madrid, me sentaré en mi localidad, veré la versión una, que al parecer es la más ortodoxa, que estará bien seguro porque el elenco es de alta calidad; y una hora después la segunda, que según he visto en prensa es en formato manchego, que, a priori y haciendo uso de mi incuestionable derecho al prejuicio, me horroriza (lo contaré).
Ayer ocurrió otra vez, sí, la despreciable burla en una página de contactos de una mujer, que siempre es la misma, seguro, porque a mí no me escribe ninguna mujer en ese contexto, salvo ella, y ya llevamos dos años y lo ha hecho varias veces desde entonces. La pantomima solo dura unas horas, pero siempre me resulta ingrato y profundamente irritante. Esa malnacida debe considerar que soy el individuo más tonto del mundo al que se puede engañar impunemente todas las veces que a ella le salga del coño. No me engaña porque desde el primer minuto sé que se trata de ella, pero disimulo para intentar jugar un poco, y siempre con tontos y pobres resultados. En realidad no nos engañamos ninguno. Solo nos molestamos.
Lo que hace esa mujer conmigo se llama “catfishing (del inglés catfish: ‘bagre’ o ‘siluro’) y es una actividad maliciosa en internet por la cual una persona se crea una cuenta de usuario títere o un perfil falso en una red social con el objetivo de engañar, estafar o abusar de una víctima en concreto”. Es un delito absolutamente estúpido por su parte ya que el único beneficio que obtiene es cabrearme, que al parecer le basta y sobra. Pobre beneficio por ser tonto el propósito, a no ser que sea subnormal o acuse una grave patología.
La Fotografía: Escena en El Matadero, donde acudí por la tarde del sábado a ver una sesión doble de teatro (nunca había hecho algo así). La imagen, intensa también, de fuerte contraste, como mi estado de ánimo que, unas veces va y otras viene, pero nunca se está quieto.