LOS DÍAS 31
“Yo no quiero a nadie…”. Astrow, el médico (personaje de Tío Vania, interpretado por Israel Elejalde).
Domingo, veinticuatro de marzo de dos mil veinticuatro
Después del relato de las dos versiones teatrales, que todavía paladeo, algo de cómo fue el día, que, comparativamente con la experiencia teatral, no tuvo ninguna significación especial.
Por la mañana: lo de siempre…
Salí de mi casa a las cuatro y a las cinco y cuarto dejaba aparcado el coche en el parking de Plaza Río 2.
Di un paseo despacioso por las plazas de El Matadero, bastante concurridas. El tiempo era espléndido.
Luego, las dos representaciones, de las que ya he hablado. En cuanto a la gente que asistió (aforo completo), casi todos, de mediana edad. Muchas parejas del mismo sexo, especialmente hombres. También grupos familiares o de amigos. Eso no lo sé muy bien. Gente sola, alguna persona suelta, que no localicé, y yo. Inapreciable aportación al paisaje del Matadero esa tarde.
En la media hora de descanso (de ocho a ocho y media), me dediqué a dar vueltas como un indio desenfocado por el amplio bar que hay en la misma nave, frente a la entrada de la sala. No se me ocurrió otra cosa.
A pesar de estar más de cinco horas en el entorno, ahora, un día después, no consigo recordar ninguna cara de las que pude ver. O, dicho, de otro modo, nadie me llamó la atención, ni siquiera los que estuvieron a mi lado.
En el centro comercial donde había dejado el coche tomé una cena abominable. Siempre me pasa cuando salgo del teatro con hambre: unos asquerosos bocatines me esperan traicioneramente en cualquier esquina. Después, despacio, volví a mi ciudad.
Me sentía bastante bien, sobre todo después de haber disfrutado en sesión doble del mejor teatro.
Volví oyendo una excelente y vibrante novela: de Alana S. Portero, La mala costumbre, que a pesar de ser de una autora comprometida, en este caso de LGTB, me estaba gustando mucho, obvié mi rechazo a todos y a todo lo que tenga que ver con militancias. Que me haya gustado la novela (ya la he terminado), no quiere decir que Alana esté libre de decir solemnes tonterías, como: “El cinismo es reaccionario” (cosas de la militancia). Esas gentes, los militantes, siempre instalados en un maniqueísmo primario, para ellos, idealmente, el mundo perfecto es monocromático: blanco o negro ¡qué espanto! Quizá hable en otro momento de esta novela, como lo hice en su momento de Las malas (2019) y el libro de relatos Soy una tonta por quererte (2022), de Camila Sosa Villada. Claro que, a pesar de tratar el mismo mundo, creo que Sosa Villada está en otra dimensión literaria (no obstante en esa apreciación quizá influya que a mí, como al doctor Astrov (Tío Vania), me interesa la belleza por encima de cualquier consideración. No obstante, a la fuerza de la narración, en el caso de Alana (también es el caso de Sosa Villada), hay que añadir una lectura de la obra por su parte perfectamente modulada dramáticamente. Convincente e intensa.
Llegué a Toledo a las doce y diez y me acerqué a tomar una copa al bar de los dinosaurios (todos lo somos), y todo fue tan tieso, rígido y tan poco sonriente como siempre. Todo el mundo está integrado en pequeños grupos que charlan entre ellos y bailotean, fatal, por cierto. A veces se encuentran porque se saludan entre sí afectuosamente. Yo no tengo a nadie a quién saludar, a pesar de ser de aquí de toda la vida. Eso demuestra que nunca he sido un tipo muy popular y sociable, ni falta que me ha hecho.
Me acosté a la una y media. Me dormí instantáneamente. No tuve sueños, ni buenos ni malos.
La Fotografía: Salí del recinto del Matadero a las diez y media, con todas las calles y plazas del recinto despobladas y en silencio. Los lobos ferozmente melancólicos estaban a punto de llegar.