DIARIO ÍNTIMO 97.1
Me apetecía mucho ver a una mujer desconocida y sugestiva…
Viernes (santo), veintinueve de marzo de 2024
A las ocho de la mañana, maldita la gana que tenía de levantarme. En la calle llovía y en mi dormitorio también. Boca arriba, con los ojos abiertos, miré al techo y pensé en la tarde anterior. Decidí que escribiría sobre lo que sucedió y no sucedió el Jueves Santo, por la tarde, lluviosa, también.
Volví de Madrid, la noche anterior, oyendo Baumgartner, de Paul Auster (estoy empezando), en esta historia, el protagonista de nombre que da el título a la novela, un viudo de 70 años (qué casualidad, aunque yo viudo no soy), aterrado ante la posibilidad más que probable de su soledad, pide en matrimonio a una mujer dieciséis años más joven (ya viven juntos y se quieren), pero, por lo pronto, su amiga o novia le ha dicho que no. Nadie se casa con alguien de setenta años, y sobre todo, una mujer de cincuenta y cuatro. No sé cómo terminará el cuento, pero apuesto doble sobre sencillo que mal, como todos los de viejos.
Me pregunto para qué coño me voy a levantar hoy y no esperar al domingo de resurrección.
Me contesto: para escribir, porque eso me apetece siempre.
Contar lo que me pasó ayer por la tarde; lo de la noche del miércoles ya lo he contado en las últimas entradas. Lo de hoy será otro capítulo de la misma historia que se repite y repite y repetirá hasta el final de mi tiempo.
No, no estoy deprimido en absoluto (ya nunca lo estoy, o sí, y lo estoy siempre pero no lo noto porque me he acostumbrado).
Sí, estoy hondamente decepcionado, sin el menor atisbo de ilusión por ningún lado.
En estos últimos días había aparecido una mujer desconocida, a través de la dichosa página de contactos.
Siempre me sorprende e ilusiona el hecho extraordinario de que una mujer se detenga unos momentos a mirarme (que no a verme) y hace que me entregue palmoteando como un niño aniñado a explorar ese territorio, que yo supongo tan misterioso como una isla con tesoro.
Habíamos cruzado mensajes y dos llamadas telefónicas largas en los últimos tres días. La empatía que sí había funcionado, creo, hizo que nos viéramos enseguida.
Era una mujer inteligente y con personalidad y eso era suficiente para probar, ya lo creo que sí. Quedamos a las siete de la tarde en una calle de Madrid, Príncipe de Vergara. Las sensaciones físicas que pudiéramos sentir mutuamente, serían esenciales y determinantes.
Nos encontramos con puntualidad…
La Fotografía: Empezamos nuestro aséptico y evaluativo (algo escéptico, también) encuentro mirándonos…