LOS DÍAS 33.2
Al teatro, otra vez ¡viva el teatro!
Domingo, siete de abril de dos mil veinticuatro
… Se titulaba: Contracciones, de Mike Bartlett, dramaturgo inglés del que nada sabía (ahora tampoco); la versión es de un tal Jorge Kent (desconocido para mí) y la dirección de Israel Solá (igual que los dos anteriores); e interpretada por Candela Peña y Pilar Castro, que sí sabía de ellas desde hace mucho tiempo.
La historia va de la intromisión de las empresas en la vida de sus trabajadores, en formato Gran Hermano, con referencia, al parecer, a George Orwell y el mundo de pesadilla que describe en 1984, de 1949. Si eso resultaba estremecedor entonces; ahora, a mí, me trae sin cuidado. Y mucho más en clave de comedia. En ningún momento me sentí interesado por lo que se esforzaban en contar Candela y Pilar, en clave de monólogo humorístico. Al parecer, sociólogos, analistas y demás investigadores sociales creen que, a través de la IA y otros recursos digitales estamos sometidos a vigilancia y seguro que es así… y ¿qué hacemos entonces? ¿Paramos el mundo y la deriva a la que estamos destinados irremisiblemente? Me parece que ni podemos ni nos interesa; aunque a mí, a estas alturas, me trae sin cuidado a dónde quiera ir a parar el jodido mundo, exactamente igual que lo que le importa al mundo dónde vaya a parar yo.
La obra, detrás de su textura humorística pretendía crear alarma sobre las cesiones que hacemos de nuestros derechos, intimidad y libertades individuales. Todos estamos en el escaparate y qué; en ese sentido, si todos lo estamos todos tenemos la misma circunstancia y, en consecuencia, la generalización neutraliza cualquier individualidad a preservar. Volvemos a la casilla de salida ¡todos a bailar la misma música!
A través de este tipo de cuestionamientos se critica la supuesta intromisión de unos en las vidas de otros y eso es cuestionable porque lo cierto es que nadie interesa a nadie.
La fábula y trasfondo que constituía la obra, parte de una idea de hace más de setenta años, por mucho que sea de actualidad, llevada al paroxismo y la exageración bufonesca para entretener y ya está. Nada se puede hacer para cambiar el rumbo que ha tomado la sociedad, porque, además, vivimos tan contentos todos en un mundo globalizado al que no estamos dispuestos a renunciar.
Solo podríamos resistir a niveles guerrilleros y resistentes o viviendo en un eremitorio clandestinamente, sin luz ni pantallas.
Yo, por ejemplo, abro las puertas de mi intimidad a través de este diario desde hace veinte años y nunca he notado que me repercuta en nada en especial. Se da la risible y paradójica circunstancia que cuanto más abro mis ventanas más desapercibido paso. Y si más lo hiciera, más y más anónimo sería. Los cauces de información están atestados de gentes perplejas que manoteamos desesperadamente en el vacío masificado, sin conseguir ni el más mínimo síntoma aliento y atención verdadera de nadie. Esa es la más cruda realidad de la vida humana de ahora.
La representación en sí, resultó más que estimable en cuanto a la escenografía (Puigdefábregas), así como la música, video, iluminación y todo lo que tenía que ver con el armazón de la representación. Era una obra bien producida. Las actrices, estupendas y la dirección también. En cuanto al cuento, prescindible, más allá de los chistes. Si no hubiera ido no habría pasado nada, aunque algo tengo que hacer para no morir mañana.
Cuando salí di un corto paseo por el centro, con mucha gente por calles y terrazas. Como nada se me ocurría, volví a mi casa, a cenar; así me ahorraba la consabida y solitaria ración de tristeza en una terraza.
Pero, esta noche tenía el firme propósito de salir a tomar una copa. Cuando llegó la hora, en torno a las 12, volví a salir. El dichoso bar, abarrotado, más que otras noches de sábado. Tomé mi copa deambulando entre gente que socializaba y acompañaba las letras de las malas canciones bailables y pegadizas (me llamó la atención que casi todo el mundo lo hacía). Cuando me cansé de ver el espectáculo (nada espectacular), volví a mi casa, a dormir, lo que hice nada más llegar…
La Fotografía: La función, acabada ya. Gran éxito. Me llama la atención que todas las obras de teatro a las que asisto, buenas y malas, todas, sin excepción, tienen una calurosa respuesta. No sé por qué de esa uniformidad de criterio.