LOS DÍAS 34
“… Es raro esto de tener la oportunidad de echar un vistazo a tu propia lápida después de muerto, al decir esto se le escapó una risita sofocada; disfrutaba de la situación tanto que logró arrancarme una sonrisa. -Me alegro de que haya podido al menos reunirse de nuevo con su mujer y su hijo- Negó escuetamente con la cabeza, -ojalá hubiera sido así- dijo, pero me temo que la tumba no contiene nada más que huesos y los huesos y el alma no tienen nada en común; el alma es el alma los huesos son los huesos; una posee sustancia la otra no, el alma o espíritu desaparece poco después del deceso del cuerpo, eso implica que no pueda reencontrarme con ellos, que sea imposible saber dónde están. Este espíritu que ve, también desaparecerá pasado un tiempo y retornará a la nada, esto que tiene ante sus ojos no es más que un estado transitorio hacia la nada, hacia la eternidad de la nada, porque en la nada es eterna, rectifico, cuando se habla de la nada la expresión de eternidad resulta insuficiente, se queda corta porque la primera supera a la segunda, la trasciende…”. Haruki Murakami (La ciudad de los muros inciertos)
Sábado, trece de abril de dos mil veinticuatro
Hoy he terminado de oír La ciudad de los muros inciertos, de Murakami. He disfrutado mucho de esta novela, de su realismo mágico en versión oriental (que no caribeña, me cae infinitamente más simpático Haruki que García Márquez). Tal vez porque es más moderno y occidental o yo qué sé, o porque le gusta mucho más la música (jazz y clásica), o tal vez porque me agobian las raíces antropológicas del colombiano. No sé, por varias e inexplicables razones, porque literariamente puede que la hondura de Gabo sea más insondable; aunque fue alguien que se significó demasiado a favor con detestables y corruptas dictaduras, la cubana sobre todo. Muy por encima de todo, prefiero la ambigüedad posmoderna del japonés al tremendismo ancestral del caribeño. En esta última novela, Murakami, lo deja todo en el aire, nada termina por definirse, ni falta que hace, todo discurre en el territorio de la tensión emocional y ambigüedad sentimental. Eso me gusta. Mucho.
A propósito de definiciones ideológicas y manías militantes, ayer me acerqué, otra vez, a La Divergente, ese sitio que es alternativo y no sé de qué porque ellos no son alternativa de nada ya que están perfectamente alienados con una “detestable corrección política” vieja, cansina y sectaria. ¿Por qué fui entonces? Porque estoy terriblemente aburrido (o no), y porque tengo que salir de vez en cuando de mi eremitorio para no perder pie en las quietas aguas de mi soledad. Eso sí, con todo el escepticismo y distancia del mundo (no pertenezco a ese mundo).
El título de la convocatoria era: Filosofía, Sexo y Rock and Roll; la temática entera me interesaba mucho. A las nueve y media era la cita. A las diez de la noche el local estaba bastante poblado.
En ese sitio se da la curiosa circunstancia de que si alguien hubiera estado hibernando durante cincuenta años y entra en el bar, no habría encontrado ninguna distancia temporal con el estilo y modos de estar de la parroquia de ahora. Todo el mundo allí podría pasar por progre de la postdictadura. Me parecía estar en uno de esos conciertos a los que solía acudir a finales de los setenta, de Luis Pastor o Pablo Guerrero. Esas gentes eran los sujetos que ilustran el prodigio literario de García Márquez (que no el de Murakami, aunque en su última novela el tiempo no discurre), consiguen que cincuenta años no pasen nunca.
La vertiente filosófica consistió en que un desmañado cantautor de canción “protesta”, es decir, comunista, se definiera como profesor de filosofía. Me pregunté donde radicaba la necesaria equidistancia sabia de cualquier profesor y mucho más de filosofía. Bien es verdad que en sus horas libres todo el mundo puede ejercer de lo que quiera, faltaría más. En el colmo del despropósito y desinformación histórica, el muchacho cantó una especie de balada donde loaba a todos los popes de ultraizquierda desde Trotski al Che Guevara (el genocida), pasando por Castro, Allende, Rosa de Luxemburgo, Durruti y otros, en fin todos los manidos tópicos de la izquierda invocándolos desde unos supuestos valores libertarios ¡qué risa! Todo el mundo encantado, yo no, por supuesto. Pero tampoco me enfadaba el circo, me daba igual.
Sin embargo, el colmo llegó cuando el muchacho con guitarra y toda las contradicciones imaginables, a pesar de su formación “filosófica”, dedicó una canción a la república de la que dos días después se celebraba su aniversario. La gente vieja (todos los que comulgan en capillitas lo son), se enardeció. Fue la gota que colmó el vaso de mi indulgencia. Me largué, sin mirar atrás.
A mi casa, pero con la conciencia de que mejor que en mi eremitorio en ningún sitio. Aunque me ahogue en las aguas de mi soledad.
No saldría en los siguientes ocho días; pero eso sí, el domingo 21 me iría de viaje una semana. Hoy por ejemplo, estaré en Asturias, pero no sé exactamente dónde. Ya lo contaré.
La Fotografía: A lo largo de mi incursión en ese territorio ajeno y atemporal (por ahí no pasa el tiempo); solo tuve ojos para un bonito perro: estéticamente era la más interesante presencia.