LOS DÍAS 35
“Me contó que cuando el subcomandante Marcos invitó a intelectuales a ir a Chiapas, él contestó que iría cuando devolvieran todas esas haciendas a la Corona española”. Santiago Gamboa (Sobre Álvaro Mutis)
Lunes, trece de mayo de dos mil veinticuatro
Este fin de semana, desde el viernes a hoy, no he salido de mi casa (salvo al campo vacío, verde y repleto de pinchos, con Mi Charlie, como siempre). El resto de la semana, día a día, será igual. Lo sé porque cuando hablo el fin de semana con mi hijo Gabriel, me pregunta que tal me ha ido la semana y para contestarle (ya la he olvidado) tengo que esforzarme en encontrar algún punto de inflexión que la singularice, y claro, como nunca lo encuentro le contesto que igual que la anterior y todas así. Lo mismo pasa cuando me pregunta por lo que haré la semana siguiente, a lo que le contesto, esta vez un poco más desahogado, que lo mismo que la anterior. Parece gracioso, pero ni puta gracia que tiene el asunto.
Bien es verdad que, como me he acostumbrado a vivir desenfocado por dentro y por fuera, si de pronto la cámara pillara foco (eso ahora, en mi vida fotográfica, es automático y no como en mi etapa analógica que hacía más fotos desenfocadas que enfocadas), me daría pereza afrontar las consecuencias. Mejor que lo de vivir enfocado sea responsabilidad del automatismo digital y no mío.
Vivir desenfocado y en modo automático me ayuda mucho porque no necesito esforzarme tanto para mantenerme vivo, es decir en posición vertical y comer e ir a la peluquería y al Súper, y leer y escribir este diario, y yo qué sé, todo eso tan abrumador. A pesar de que tiendo a hacer todo más fácil, me fatigo mucho y últimamente observo que a última hora de la tarde estoy muy cansado de no hacer nada y mucho, y todo al mismo tiempo. Por eso, cada día me acuesto un poco antes, y todo por no atreverme a no levantarme porque pienso que entonces me moriría.
Ahora son las siete de la mañana y estoy escribiendo, como se deduce fácilmente; y no sé y sé perfectamente todo lo que haré y no haré el resto del día; a saber: caminaré de aquí a un rato; no hablaré absolutamente con nadie; cocinaré un segundo plato (el primero, judías verdes, ya está hecho); no tendré sexo (el onanismo, aunque salvífico, no termina de convencerme y mujeres no tengo); no escribiré ni recibiré mensajes de nadie; no conduciré y ni mucho menos pensaré en el futuro.
Sin embargo, leeré y oiré literatura; veré un extenso e interesante documental sobre los reyes españoles mientras como, a mediodía. Me gusta bastante. Soy monárquico parlamentario o democrático o como se quiera llamar (las fórmulas anteriores, las aristocráticas, han quedado obsoletas); aunque la dinastía reinante ahora, los Borbones, salvo los primeros, incluido Carlos III, fueron una catástrofe. El rey de ahora, ya veremos cómo termina (porque lo mismo lo echan como a su bisabuelo). Sí porque los Borbones en algún momento nos fallan, como el papá demérito, coleccionista de mujeres y otras cosas feas que acabó como acabó, expulsado también). A pesar de todo, mejor la monarquía porque la república es infinitamente peor, por peligrosa (hay antecedentes históricos). El otro día, caminando sin nada en qué pensar, se me ocurrió una idea loca y fue que, dado que una familia real es un indudable y altísimo bien patrimonial para una nación (las naciones que no tienen ya no lo tendrán nunca, las monarquías como el amor no se pueden inventar), por eso y por su valor histórico, simbólico y neutralizador de ruidos y jaleos innecesarios, podíamos vender la nuestra a buen precio. Al fin y al cabo, a nosotros en fase de irreversible descomposición, ya no nos sirve de nada y sí sacamos algo de provecho, mejor. Seguro que hay naciones con un futuro por delante que les vendría bien unos reyes que realcen su progreso con ceremoniales vistosos y lustre aristocrático. Los reyes son glamurosos y otorgan a las naciones clase y distinción, aparte de material para la prensa rosa. Sí, mejor una monarquía (sin reyes) que una astrosa república. Siempre mejor, sin duda.
Creo que este espinoso asunto lo voy a dejar para otro día.
La Fotografía: Me habría gustado para España, dinastías españolas procedentes de bizarros reyes castellanos, tipo los Alfonsos, o Sanchos, o Fernandos, hombres aguerridos y poderosos, como Alfonso XI el Justiciero, por ejemplo, o mujeres como Isabel La Católica o Urraca de León; hasta Don Pelayo, habría estado bien. Sin embargo, tuvimos Austrias (alemanes y austriacos); o ahora Borbones (franceses). A mí me cuesta identificar esas dinastías como españolas (pueden traicionarnos en cualquier momento y algunos lo hicieron) y nacionalista (racista), no soy. No me explico estas paradójicas tonterías que se me ocurren a veces.