CENA RARA 2.1
“No hacer frases, no hablar.
No formular sino lo estricto,
que viene a ser en suma nada.
Creo en la virtud de la desgana…”
Rafael Berrio (letra de canción)
Jueves, veintitrés de mayo de dos mil veinticuatro
…Bien, ya estábamos los cinco dispuestos a comunicarnos intensamente con los platos de comida elegidos delante. Todos tomamos un plato de pasta (yo tomé espaguetis al limón, bastante bien cocinados); una botella de vino italiano afrutado para compartir (bueno), y postre (yo, tiramisú). Repartimos la cuenta entre todos (nos costó 35 € a cada uno).
Comenzamos a comer y hablar unos con otros y todos con todos, ávidamente, como si nos deseáramos y nos fuera la vida en ello. Todos eran veteranos de otras cenas, ósea que a ellos les gustaba el rollo (a mí no tanto).
La primera mujer, se mostró previsible y extraordinaria en el sentido de que estaba furiosamente aferrada a todo lo suyo, sin sombra de duda; hasta llegó a decir que se quería sin reservas a sí misma y todo lo que hacía, que era mucho. Por si fuera escaso el espectáculo vivencial, transmitía veracidad. Sitiaba mi inseguridad y cuestionaba mis dudas con su sola presencia y determinación. Hacía cursos de arte, de cocina, socializaba intensamente con todo el mundo, hasta actividades ciudadanas hacía en grupos afines. En el colmo de su enriquecido campo social tenía dos perritos, a los que quería muchísimo, y que, además, pensaba que paliarían el hecho de que no tendría nietos, según dijo. Cualquiera que me conozca un poco, incluido yo mismo, puede deducir que con una mujer así yo no podría compartir nada más que esa cena y porque ya estábamos sentados y comiendo.
La segunda mujer, la que me gustaba (por su estructura física era del tipo de mujer que yo puedo desear enseguida), tampoco me resultó excitante por ser igualmente previsible (salvo por conducir en dirección prohibida); no dijo nada que ahora pueda retener como significativo. Eso sí, también parecía encantada de haberse conocido, tenía todo muy claro y también mascotas, en este caso, perritas, a las que adoraba, cómo no (yo no hablé de Mi Charlie).
El hombre negro, primero belga y después ya no supimos bien de dónde era, porque a pesar de llevar veinte años viviendo en España, según nos dijo, el idioma español en sus palabras era ininteligible. O a lo mejor solo era cosa mía, aunque yo creo que a los demás les pasaba lo mismo. Sí, me parece recordar que me dijo (le tenía al lado), que amor solo hay uno a lo largo de la vida. Era la típica afirmación que te dan muchas ganas de refutar, hasta utilizando argumentos sencillos como el efecto del tiempo en el espíritu humano, la fatiga de los cuerpos, es decir, también del corazón y otros muchos argumentos ad hoc, pero claro, me dije, si me enzarzo en filosofía sentimental o emocional con este hombre al que apenas entiendo, habré arruinado la noche (más todavía). No entré en el fondo de la cuestión. Él, por si acaso le fallaba su gran idea, se había casado tres veces, y si lo que decía era verdad, a dos de sus mujeres, o tal vez a las tres, las había engañado con amor de segundo nivel, más o menos. Por si acaso ese gran valor (amor único: una vida, un amor, ya está) le fallaba, se había dedicado a tener varios hijos.
A estas alturas, ya debíamos estar llegando al final del plato de pasta y a mí se me estaban quitando las ganas de todo. Empecé fuerte, con ganas de interactuar y hasta de hacerme notar, por si acaso, y ya estaba desfallecido (falta de costumbre y entrenamiento). Menos mal que me quedaba el hombre sabio, que sabía que era el pecio al que me podría aferrar en caso de naufragio.
El reportaje no me da para más hoy, así que seguiré mañana…
La Fotografía: Empecé a largarme de la cena, a estas alturas ya era consciente de que no daba más de sí, aunque no había sido poco, por lo que seguiré contando.