LOS DÍAS 37
“Nunca se debe confiar en una persona que dice de sí misma que es normal”. Scott Fitzgerald
Martes, cuatro de junio de dos mil veinticuatro
Hoy, por la mañana temprano (9 h), he ido al ayuntamiento a pedir un permiso de obra menor (así lo llaman), para pintar la fachada de nuestra casa porque está hecha un asco.
Me ha atendido una funcionaria guapa, eficaz y simpática que además me trató de tú, lo que he agradecido inmensamente (combinar tres aspectos: mujer, funcionaria y usted, habría sido insoportable para una sensibilidad como la mía). Salí tan contento de la gestión del trámite y del ideal trato de la funcionaria de mi alma, hasta habría intentado seducirla si no fuera porque –yo, eso, ya no-. El proceso de la concesión del permiso debe pasar por distintos niveles o fases de alta intensidad burocrática que no sé sí conseguiré finalizar con éxito. Ya veremos.
Nada más salir he llamado a Naty para informarle del resultado de la gestión (es copropietaria de la casa), y felicitarla por su cumpleaños, que es hoy. No diré los años que cumple porque no estaría bien; pero vamos, por contextualizar diré que tiene doce años menos que yo. A estas alturas, cuando la vejez ya se hace presente innoblemente es cuando las relaciones se hacen imposibles porque, a fin de cuentas, el mundo actual es representación, apariencia y poco más. Nadie está obligado a dar más de lo que las buenas y armoniosas maneras estéticas aconsejen.
Después he ido a ver a mi peluquera para que me rapara la cabeza: la he encontrado atractiva, simpática y deseable (esto último no se lo he dicho, porque yo, de eso, ya no). Es curioso, a veces mi peluquera y yo establecemos conversaciones de una cierta intensidad (que nadie se alarme, la doblo la edad), y lo hacemos con un espejo como intermediario, casi nunca mirándonos directamente, lo que garantiza la absoluta castidad de nuestra relación (nuestros ojos florecen en la aséptica superficie de un espejo). Las miradas con las que nos vemos sin mirarnos son mágicas, sugerentes y hasta eróticas (esto último es cosa mía). Pero no, tan solo es un efecto óptico inocente y gracioso al mismo tiempo. Sí, porque -yo, de eso, ya no-.
Mañana iré, como dije hace unos días, a una cena con desconocidos (será la tercera y quizá la última). Me pregunto: ¿para qué vas a eso, tío, si -tú, de eso, ya no-? No me contesto.
Bueno, mejor sí, rectifico; iré aunque tan solo sea para contarlo aquí, en el diario. Si no voy, no hay cuento, así que, preferible ir que no; mejor un cuentecito que el puñetero silencio.
Dentro de unos días, cuando Naty se vuelva a ir definitivamente, recuperaré mi vida habitual de los últimos años, a la que me he adaptado razonablemente bien, a pesar de que, a veces, la vida solitaria avanza con sombras y fantasmagorías deprimentes.
Ya dejo el relato cotidiano, de un tipo normal fiable (a pesar de Scott Fitzgerald), en un día normal. Así son los días sin fulgor, ni estrellas fugaces, ni nada de nada. Solo la férrea tiranía de la cruel realidad.
La Fotografía: Un tipo normal jugando a ser extraordinario y singular; un artista, vamos. Sí, porque, tal vez, uno no es solo lo que es, sino también lo que imagina, quiero pensar, porque la imaginación es patrimonio del alma, como en ese sentido pensaba Antonín Artaud.