CENA RARA 3.1
«La persona humana postula lo imposible y, en este imposible revela su humanidad: su ser más allá de sí». Hugo Múgica
Jueves, seis de junio de dos mil veinticuatro
Lo he hecho otra vez…
Me dije que no lo volvería a hacer; pero como estoy instalado en un permanente titubeo (unos días es que sí y otros que no, en general, con todo), lo he vuelto a hacer.
Sí, lo de cenar con extraños (mejor esta palabra que desconocidos porque define mejor la situación, a fin de cuentas, para mí, ahora, todo el mundo es raro por lejano y anónimo).
Salí de mi casa en dirección a Madrid a las siete de la tarde, más o menos, con margen para evitar apuros por circunstancias sobrevenidas. Me sobró tiempo.
Di un paseo por las inmediaciones del restaurante (Tomate, se llamaba) hasta que diera la hora.
Cuando me acercaba, a las nueve menos cinco, en la acera coincidí con una mujer muy atractiva, muy elegante, muy alta, muy rubia, y absoluta y locamente deseable. Era una mujer Diez. Me dije: esta mujer de la que ya me estoy enamorando súbitamente va donde yo y probablemente a cenar en la misma mesa. La situación puede ser genial, pensé ilusionado.
Coincidimos en la puerta y yo, para ir preparando el clima de cercanía, y firme partidario de la cortesía intenté cederle el paso, pero ella lo rechazó y entró detrás ostensiblemente -lo mismo es paradójicamente feminista de última generación -me dije-
A continuación había otra puerta, y yo volví a hacer lo mismo, y ella, también. Rehusó mi gesto. Estaba claro: era feminista al revés, de las que practican el empoderamiento, pero a través de la negación y el desprecio.
Coño, que mi gesto no era machismo, solo amabilidad (igual le habría cedido el paso a un hombre). Eso no se lo dije.
Por supuesto, íbamos a lo mismo, a cenar juntos como perfectos extraños (desconocidos), con otros que eran lo mismo.
La mujer Diez y yo nos sentamos uno frente al otro (los Dioses así lo decidieron). A mi lado, a la izquierda, dos mujeres más.
La experiencia de las cenas anónimas merece la pena porque asisten más mujeres que hombres, aunque en contadas ocasiones son atractivas o interesantes.
También porque potencialmente puedes conocer a alguien que sirva para la amistad. Ahora, en esta edad, los amigos se venden muy caros.
Me sentía muy animado porque la mujer que tenía sentada enfrente me parecía, más que una mujer atractiva e interesante, un acontecimiento glorioso.
Pensé, lo ves tío, mejor venir que no. Bueno, vale, no seas pesado -me contesté-…
La Fotografía: De esta experiencia, en principio, no puedo traer fotos por un evidente respeto a la privacidad de cada uno de los asistentes; así que, hoy y días siguientes, fotos-metáfora de vírgenes y santos varones.