LOS DÍAS 38
“Sobre los hijos: nos sentimos ante ellos como niños en presencia de adultos, cuando en realidad estamos absortos en nuestro lentísimo proceso de envejecimiento. Cualquier gesto que realizan nuestros hijos nos parece fruto de una gran sagacidad y pertinencia, nos parece lo que siempre habíamos querido hacer nosotros y que quién sabe por qué nunca lo hicimos…”. Natalia Ginzburg
Miércoles, doce de junio de dos mil veinticuatro
Ayer, recogí a mi hijo a las doce menos cuarto de la mañana (cuando viene a España se aloja con su familia en casa de su madre y su marido); y nos dirigimos a que él realizara una gestión burocrática y oficial (renovación del permiso de conducir español), para después dar un paseo por la ciudad, tomar una cerveza y luego comer en un restaurante de un amigo suyo.
Las cuatro o cinco horas que pasamos juntos, solos los dos, fueron gratísimas y la conversación que mantuvimos fue desde la plena transparencia y confianza que siempre hemos mantenido. Hablamos de sus amigos y de los míos, de sus hijas, de su vida profesional actual y de futuro (abocada a cambios), y de su vida familiar y social. También de lo que yo hago y de lo que no; de mi equilibrio y lo contrario; de mi relación con las mujeres (inexistente), y con Naty (mi ex), que sigue siendo cordial y amigable; de mis cenas con desconocidos (última novedad social en mi vida), y que creo que será la última porque ya no estoy para demasiadas tonterías. En fin, casi cinco horas de intensa conversación para ponernos al día de todo lo que nos importa. Pero, sobre todo, la clave de nuestra buena mañana estuvo en pasar unas horas juntos ya que, a lo largo de un año es el único momento que compartimos solos los dos, unas horas de uno de los días al año que pasa aquí, en nuestra ciudad.
Lo que yo pudiera decir de cómo me siento ante mi paternidad de un hijo único (yo también lo soy) lo ha dicho en la cita introductoria Natalia Ginzburg, tan lúcidamente que sería incapaz de acercarme a esa profunda verdad sobre los hijos desde una paternidad ya provecta, y que suscribo palabra por palabra.
Puede que acierte a dar mi propia versión, la más auténtica y sentida, si afirmo que, más bien, me siento el hijo de mi hijo. Él es infinitamente más y ha hecho cosas en su vida y para su vida que yo no habría conseguido hacer jamás.
Probablemente, el único destino razonable de los padres es subsumirnos en nuestros hijos, porque fuera ya no hay nada para nosotros. Nuestra misión acaba casi nada más empezar.
La Fotografía: Mi hijo Gabriel y yo, en una sesión fotográfica realizada dos días después y que tomó Naty.
“…Nosotros, por nuestra parte, no conseguimos realizar un solo gesto que influya en el presente, porque cualquiera de nuestros gestos se precipita de manera mecánica en el pasado”. Natalia Ginzburg